‘Embassytown’: ciencia ficción para iniciados

La última novela de China Miéville, ‘Embassytown’, ha sido la elegida para inaugurar Fantascy, el nuevo sello de la editorial Mondadori dedicado a la literatura fantástica y de ciencia ficción. La propuesta promete. Empezar una colección con nombres como Miéville o Paolo Bacigalupi, con su libro de relatos ‘La bomba número seis’, habla muy bien sobre el conocimiento y las intenciones de sus responsables.

Aunque eso sí, comenzar con Miéville también tiene sus riesgos. Antropólogo social, guionista de cómics y juegos de rol, y activista de izquierdas, el escritor británico es uno de esos autores que tiene a la crítica especializada rendida a sus pies (ganador de premios Hugo, Locus o Arthur C. Clarke) pero cuyas novelas no acaban de llegar al gran público. ‘Embassytown’ no es una excepción. ¿Por qué? Porque su lectura no es fácil; requiere un “compromiso de permanencia”, un esfuerzo por parte del lector.

Máximo representante de la actual new weird (subgénero a caballo entre la fantasía y la ciencia-ficción), Miéville se convirtió en uno de los grandes nombres del género con su segunda novela, la abrumadora ‘La estación de la calle Perdido’ (La Factoría de Ideas). Con los años, su prosa se ha ido depurando. Sigue siendo igual de ambiciosa y compleja, pero mucho menos abigarrada y barroca.

El mejor ejemplo es ‘Embassytown’. Una novela en la que, como es habitual en muchos libros de ciencia ficción, “cuesta entrar”. El autor describe un mundo complejo –la colonia Ciudad Embajada, ubicada en un remoto planeta en la periferia del universo- con sus propias reglas, códigos y conceptos. Y lo construye no de la mejor manera, abusando de neologismos y terminología extraña. Una barrera lingüística que, si bien funciona como analogía con el tema principal de la novela -el lenguaje y la (in)comunicación-, como estrategia de inmersión resulta áspera y aburrida.

¿Alguien ha llegado hasta aquí? Si lo ha hecho, si ha cruzado la barrera y ha “buceado en el immer”, ha llegado el momento de disfrutar, de deleitarse con esta notable fábula sobre el colonialismo cultural y el poder (y los límites) del lenguaje en nuestra relación con el mundo. A falta de personajes (la mayoría, incluida la protagonista, resultan planos y poco interesantes), Miéville derrocha ingenio e ideas que se materializan en conceptos tan sugestivos como los “símiles”, los “doppels” o la “adicción al idioma”, y en momentos tan ingeniosos como el “Festival de la mentira”.

Ciencia ficción pura (y dura), que satisface más las ambiciones de la inteligencia que las apetencias de la sensación, pero capaz de plantear preguntas y proponer metáforas sobre el presente de forma original e imaginativa. 7.

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Publicado por
Joric