Esto es como los que se visten rollo 60’s habiendo nacido en los 80. Si te documentas, te empapas de su iconografía y tienes empatía estarás cerca de revivir la experiencia original, pero de igualarla, nunca. Por eso, a ojos de alguien acostumbrado al cine de hoy, los efectos especiales de esta película le pueden parecer hasta simples. Pero en su momento, aquellos siete minutos de dinosaurios animados por ordenador (el resto eran animatronics y personas disfrazadas) nos hicieron experimentar a muchos algo parecido a lo que debieron sentir los espectadores en la proyección de la primera película de los hermanos Lumière, que se levantaron asustados creyendo que aquel tren que entraba en la estación se les venía encima. Seguro que ellos, como nosotros, vieron después muchas películas. Seguro que incluso mucho mejores. Pero aquel susto, aquella experiencia, marcó un antes y un después en su vida.
Yo vi ‘Parque jurásico’ un 8 de octubre, día de su estreno en España. Recuerdo haber hecho cola durante dos horas frente a la taquilla de unos cines de Salamanca, los Van Dyck, para entrar en la primera sesión. A esa edad la publicidad es más efectiva que nunca, y para alguien obsesionado con el cine que había pasado todo el verano escuchando que Spielberg había devuelto a los dinosaurios a la vida, aquello de esperar no era tampoco mucho sacrificio. Acababa de cumplir 13 años, las entradas costaban 350 pesetas y la sala 4 de aquellos multicines era tan roja y tan moderna que hoy es igual de roja pero demasiado antigua. Allí pasé dos de las horas más felices e intensas de cine que yo he vivido nunca. El porqué lo entendí mucho después.
Y es que mientras que casi todo lo que te fascina de crío no aguanta una revisión adulta, aquella historia basada en la novela de Michael Crichton sigue igual de fresca sin importar las veces que la veas. Todo gracias al genio de Steven, que rodó un título que hoy se apoyaría exclusivamente en sus efectos especiales (como pasó con sus secuelas) con el mismo mimo y cuidado con el que rodó las cintas que le valieron el título de Rey Midas. Que sí, que la atracción principal eran los dinosaurios, como en su momento lo fue Tiburón o E. T., pero su trascendencia no llegó tanto por el realismo con el que se movían estas criaturas como por la planificación que hizo Spielberg de las secuencias en las que aparecían y, por supuesto, por la música de John Williams que las acompañaba.
Una lección maestra de cine que dejó para la historia secuencias míticas como la visión del Brachiosaurio nada más llegar al parque, el ataque del T-Rex bajo la tormenta o la entrada de los velocirraptores en la cocina. También contiene decenas de planos icónicos como el vaso temblando por las pisadas del Rex, el raptor empañando el cristal de la puerta, el doctor Grant tumbado sobre el Triceratops enfermo sintiendo su respiración, Lex con una cucharada de gelatina temblando al ver una sombra o el reflejo del Tyranosaurio en el retrovisor del jeep cuando persigue al grupo que ha ido a rescatar a Ian Malcom y compañía.
Eso por no hablar de lo mucho que hizo para que paletos de letras como yo entendiéramos mejor lo que significaban cosas como ingeniería genética, clonación, ámbar, visión basada en el movimiento o la maldita teoría del caos provocada por una mariposa que bate sus alas. Fíjate si era buena que incluso el doblaje, nefasto porque una huelga del sector hizo que fueran unos actores no profesionales los que pusieran las voces, no consiguió quitar mérito a la película.
Hoy ‘Parque jurásico’ se reestrena en versión 3D restaurada. Algunos dirán que qué cosas hacen los estudios para sacar más pasta. Yo, con mis gafas y mi cubo de palomitas gigante, prefiero creer que algo de lo que viví hace 20 años puede volver a repetirse cuando compre una entrada ocho veces más cara que la original. Quiero tener razón. Más que nunca. 8,5