Sobre todo porque ‘La gran familia española’ solo puede entenderse en esa situación histórica concreta. Su argumento, que juega a contar cómo dentro de la euforia colectiva también hay espacio para la tristeza, que incluso defiende el derecho a esta dualidad sentimental, quedaría reducido a poco más que un folletín de no tener de fondo el triunfo de los héroes de La Roja.
Una gesta que sirve al director para cimentar un subtexto de esperanza esencial para hacer grande su película. Escenas como las que ponen a uno de los protagonistas llorando rodeado de gritos y banderas de una España sin ideologías, lo demuestran. Es cierto que Sánchez Arévalo todavía está lejos de entregar su obra perfecta. Ha encontrado su voz, o mejor dicho, la mantiene intacta, pero a lo largo de su filmografía siempre ha habido lugar para momentos brillantes perdidos entre secuencias más planas y esta vez no es una excepción.
Momentos que en Primos llegaban nada más comenzar la película y que en esta ocasión, sin embargo, aparecen bien avanzada la historia. Pero más por problemas de guión que de reparto, ya que todos los actores, pero sobre todo Verónica Echegui y Miquel Fernández, defienden con maestría sus papeles dejando por una vez en segundo plano a Quim Gutiérrez y Antonio de la Torre, los fetiches del director.
Es verdad, a esta familia le cuesta arrancar. Pero cuando hacen aparición unos novios para hacer una confesión simultánea (posiblemente la mejor secuencia del filme), o una prima que quiere ligar a toda costa (la más divertida), la máquina acelera de tal manera que lo que parecía un anuncio de cerveza veraniega firmado por un fan de Wes Anderson se acaba transformando en otra cosa que, al enseñar sus secretos, te entretiene, te divierte, te emociona y, sobre todo, te toca. 7