‘La ciencia del sueño’, que se puede ver como un borrador de ‘La espuma de los días’, era de un romanticismo tan ligero y naif que pedía a gritos este tipo de representación plástica, esos juegos pretecnológicos llenos de encanto pop. La primera parte de ‘La espuma de los días’ también lo pide. El comienzo de la historia de amor entre los dos protagonistas está sumergido en un ambiente luminoso y poético, en un entorno tan lúdico y surrealista como el de ‘La ciencia del sueño’. “¡Exijo estar enamorado!”, dice el protagonista en una de las secuencias. Momentos como el surreal baile “biglemoi” al ritmo de Duke Ellington o el romántico paseo en una “nube” por el cielo de París podrían rivalizar en ingenio y belleza con cualquiera de sus más afamados videoclips.
Pero cuando la historia deriva hacia caminos más dramáticos, cuando Gondry, además de sorprender, pretende emocionar, todo ese arsenal visual se vuelve en su contra: es incapaz de soportar el cambio de tono. Al estar tan en primer plano, todo ese derroche de imaginación, de creatividad analógica, se torna molesto, caprichoso. Estorba. Es tanta la atención que absorbe, que impide que la narración fluya, que empaticemos con los protagonistas y nos importe su trágico destino.
‘La espuma de los días’ demuestra que Michel Gondry, como también le ocurre a Terry Gilliam, carece de autocontrol. El director francés empieza a recordar a los grandes actores histriónicos: cuando no les diriges (sostienes, sujetas), “sobreactúan” que da gusto. ¿Fue Charlie Kaufman, como guionista y productor, quien detuvo la incontinencia visual de Gondry en sus dos primeras películas? ¿Fue Gondry el que contuvo los desvaríos narrativos de Kaufman? ¿Volverán algún día a hacer una película juntos? 5,9.