No hay lugar al histrionismo en la ópera prima de Fernando Franco, que se nota que se estrena en el largometraje con el oficio aprendido tras años trabajando como montador en filmes como ‘Blancanieves’; pero sí a la omnipresencia de una cámara que se pega, literalmente, a la nuca de su protagonista.
Un ejercicio de naturalidad claustrofóbica tan efectivo como inquientante que recuerda en su obsesión por la imagen y el sonido en bruto a la obra de Jaime Rosales.
De hecho el nombre del director de ‘La soledad’ se repite tantas veces en tu cabeza durante toda la proyección que entiendes que haya gente a la que le resulte obsceno e innecesario este retrato psicológico de un personaje en cuya composición se deja literalmente la piel Marian Álvarez.Una actriz que se merece todos los premios –si la vida es justa vendrán muchos más después del ganado en San Sebastián– aunque solo sea por su capacidad para aguantar en un casi eterno primer plano los reproches de un espectador que, incómodo ante tanta aridez emocional, se ve obligado a abandonar su zona de confort e implicarse más de lo que le gustaría en esta historia que termina al revés, con gritos y llantos en la pantalla y un silencio sepulcral en el patio de butacas. Definitivamente, para lo bueno y para lo malo, hay heridas que más que doler, ahogan. 7