Desde luego que hay mucho virtuosismo y escuela en esta nueva entrega de la factoría Rodrigo Cortés (que esta vez se limita a ejercer de productor) en la que se nos cuenta la historia de un concertista de música clásica (Elijah Wood, de los pocos a los que te crees tocando un piano en pantalla) que, tras años de retiro por culpa de un fallo en su último recital, decide volver a los escenarios. Un retorno lleno de ansiedad e inseguridad que no mejora cuando, sentado sobre la banqueta, una voz anónima le asegura a través de un pinganillo que toque una composición imposible y que, además, si falla una sola nota, le matará.
Este es el punto de partida para desarrollar hora y media de acción en tiempo real que cuenta con un doble handicap: apenas se cambia de escenario (casi todo transcurre en un auditorio) y la música marca la planificación de las secuencias tanto como lo harían en un videoclip. El problema es que los recursos para que todo case y funcione, la precisión cirujana con la que Mira ejecuta la pieza, acapara por completo la atención del espectador, que está más pendiente de ver cómo coinciden los dedos de Elijah con lo que suena como banda sonora que de la trama en sí. Una distracción a la que no ayudan ni los pocos personajes secundarios que pululan por la historia (demasiado clichés para cogerles cariño) ni la motivación que lleva al latente asesino a amenazar al pobre Elijah.
Siempre estaré a favor de que el cine español explore nuevos horizontes y se atreva a mirar a los ojos a la todopoderosa industria estadounidense. Desde luego, ‘Grand piano’ no tiene nada que envidiar a muchas de las películas que llegan a nuestra cartelera desde el otro lado del charco. Lástima que a veces, en ese empeño por demostrar que nosotros también podemos, la técnica se coma el alma. 3,5