Temprano e injusto ‘Vanishing Act’ para Lou

Qué paradojas tiene la vida. Este mismo sábado estaba mirando discos en una tienda de vinilos de segunda mano cuando aparecieron un par de The Velvet Underground y aproveché para contarle al amigo con el que iba que el concierto más caro en el que había estado fue uno de Lou Reed. Fue en Múnich, en julio de 2008, cuando mi año de Erasmus llegaba a su fin. El bueno de Lou estaba de viaje por Europa haciendo justicia a uno de sus mejores discos, ‘Berlin’, inexplicablemente infravalorado en 1973, año en el que veía la luz. Los conciertos de aquella gira estaban centrados en aquel álbum como si de un musical se tratase, con un elenco de artistas de lujo: en la banda de Lou estaba Steve Hunter, el guitarrista original del disco, Sharon Jones a los coros y además de un coro de niños, había una pequeña orquesta.

Para quien sienta curiosidad por ver aquello y no pudiera asistir a ninguna de las fechas de aquella gira, Reed editó en 2008 ‘Berlin: Live at St. Ann’s Warehouse’, grabación en formato audio y vídeo (dirigido por Julian Schnabel) de dos de las fechas (con Antony Hegarty -con quien ha colaborado otras impagables ocasiones– a los coros y Bob Ezrin, productor del disco original, dirigiendo la orquesta). Pagué ochenta y siete euros con setenta y cinco céntimos por aquel concierto y aunque hace cinco años de aquello, recuerdo lo emocionante que fue el evento: ‘Men of Good Fortune’ es de mis canciones favoritas y verla interpretada junto a los demás cortes de aquel mítico álbum fue algo brutal. No me dolió gastarme ni un céntimo y ahora menos, que sé que aquella fue la primera y la última vez que veré a Lou sobre un escenario.

¿Qué tenía ‘Berlin’ en su momento que lo hizo maldito? Canciones excelentes, producción excelente…¿las letras, tal vez? ¿demasiado cáusticas? No lo parece en un principio, pues Lou ya había tratado temas controvertidos como el uso y abuso de la heroína, que reaparece aquí en ‘How do you think it feels’. ¿Era demasiado pronto para tratar tan abiertamente la violencia doméstica (‘Caroline Says II’, tema que por cierto inspiró a Alaska para llamarse así) o el suicidio (‘The Bed’)? El popular ‘Transformer’ (1972) no había sido la alegría de la huerta, pero parece que la gente quería una continuación más fidedigna a su predecesor y no un álbum conceptual tan eminentemente retorcido e introspectivo, con toques rockeros (‘Caroline Says I’ o la misma ‘How do you think it feels’ con el excelente trabajo de Hunter a las seis cuerdas), pero sin duda más complejo y rico en elementos, como los arreglos orquestales.

Tanto público como prensa, tras dar la bienvenida al giro glam de ‘Transformer’ con la inestimable ayuda de David Bowie y su guitarrista Mick Ronson, quería más de lo mismo, pero Lou rara vez ha contentado a las masas si no estaba él satisfecho primero. Podría haber aprovechado al 100% el espaldarazo de Bowie; habría sido más divertido tratar la androginia, el sexo y el espacio exterior en vez de hablar abiertamente de una familia destrozada por las drogas y la violencia, pero sin ese giro inesperado en su carrera, Reed no sería Reed. Tal vez habría hecho falta en su momento una película como la de Schnabel, en la que no solo se puede apreciar la producción del concierto sino los vídeos que lo acompañan, ilustrando la dramática historia que cuenta el álbum.

A Reed le importó una mierda y le importaría una mierda si siguiese vivo, pero es una gran putada que lo último que nos ofreciera fuese ‘Lulu’, su álbum de estudio junto a Metallica. Dada su faceta eternamente transgresora, parece que lo hizo hasta para hacer sufrir a los fans de los de San Francisco, porque a los suyos ya les puso retos como el difícilmente digerible ‘Metal Machine Music’ (1975), pero si quería experimentar con un grupo de metal, la última elección posible era una banda como la liderada por James Hetfield. Tool habrían sido unos compañeros infinitamente más apropiados, sin ir más lejos, pero allá él. El caso es que la injusticia de su temprana marcha debía haber dejado como testamento otro último álbum y no ese tostón de riffs mediocres que no habrían aparecido ni en el tema más aburrido de ‘Load’ (1996). Sea como fuere, así ha concluido su trayectoria musical y esperemos que aparezcan grabaciones póstumas que de verdad sean dignas de poner el punto y final a su carrera.

Y por lo menos antes tuvo tiempo de hacer prácticamente de todo con su música y demás facetas artísticas. No se marchó demasiado temprano como Ian Curtis o Darby Crash. Aun así, su pérdida es algo muy triste e irreparable. Las razones para venerar su obra son incontables y sabidas por todos. Ya experimentaba en su guitarra con afinaciones alternativas décadas antes de que lo hicieran bandas como Sonic Youth y por cosas así se ha dicho infinidad de veces que Lou y la Velvet fueron sin darse cuenta los padres del rock alternativo. Ahora apetece recordarlo una vez más, a la vez que también recuerdo cuando Ira Kaplan de Yo La Tengo mostraba una foto de Lou en el vídeo de ‘Sugarcube’, prueba irrefutable de su influencia en generaciones posteriores. Superó con creces sus adicciones y por ello pensábamos que seguiría dando guerra durante muchos más años, pero su hígado al final tuvo que pagar el peor precio y Lou tuvo que pasar por un trasplante la pasada primavera. Aunque no se sabe exactamente la causa de su muerte, es fácil imaginarlo. No deja de ser una verdadera pena, pero al menos no se ha marchado de una manera tan absurda como Nico. Hoy le recuerdo pensando en ‘Vanishing Act’, uno de los mejores temas de ‘The Raven’ (2003), álbum en el que homenajeaba la obra de Edgar Allan Poe. Lou ha desaparecido del mundo de los vivos, pero eso no pasará con su música, tan vigente y necesaria como el día en que se compuso.

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Publicado por
Miguel Sánchez
Tags: lou reed