The National, el extraño éxito comercial en la madurez

The National actúan este miércoles 20 de noviembre en el Palacio Vistalegre de Madrid, uno de los recintos de conciertos más amplios de la capital (hace unos días se acababan las entradas de pista y se abría el graderío). Curiosamente, es la primera de sus grandes giras que pasa por la ciudad tras su paso por el Primavera Sound 2011, como cabezas de cartel del segundo escenario más grande de la edición, donde se dieron un atestadísimo baño de masas (antes visitaron Moby Dick, Sidecar y Apolo ante unos pocos afortunados). Pero ya sabemos que no son precisamente unos recién llegados aupados por el hype: el quinteto de Ohio va camino de cumplir ya 15 años de vida. La victoria de The National, como las mejores venganzas, se ha fraguado lentamente y les ha llegado en la madurez personal (todos sus miembros rondan los 40 años), alcanzando su éxito comercial y creativo precisamente cuando algunos compañeros de generación como The Strokes o Interpol parecen haber quemado hace tiempo sus mejores etapas. Esta feliz anomalía merece una mirada atrás para reflexionar sobre los porqués en una de las carreras más singulares del pop rock reciente.

Aunque el caso de nuestro país es algo particular y ha costado incluso más que en el resto del mundo que The National hayan logrado cierta repercusión (es evidente y lógico que nuestro mercado y público siguen estando muy condicionados por los ecos de lo que ya ha triunfado más allá), en el caso de esta banda ha habido casi tanto despiste como en cualquier parte. Hasta que publicaron ‘High Violet‘ en 2010, que vendió más de 600.000 copias en todo el mundo y alcanzó el disco de oro en países como Irlanda, Bélgica, Canadá, Dinamarca y Reino Unido, no lograron ese estatus en su propio país que lleva a actuar en grandes recintos y a que los múltiples late-nights se pelearan por ser los primeros en tenerlos en su plató. Pero, ¿qué cambió? ¿Qué ocurrió en la evolución de la banda que obrara ese milagro?

Incluso la propia banda, formada por Aaron y Bryce Dessner, Stephen y Bryan Devendorf y el vocalista Matt Berninger en Brooklyn en 1999, es consciente de que cuando publicaron ‘Boxer’, en 2007, mucha gente pensó que se trataba de un debut. Pero, en realidad, ya habían publicado tres álbumes con anterioridad. ‘The National’ (2001) y ‘Sad Songs For Dirty Lovers’ (2003), editados a través de su propio sello, eran discos de búsqueda que se devaneaban entre el alt-country y una especie de folk electrónico, con momentos ya importantes como ‘Son’ o ‘Murder Me Rachael’ pero aún inconsistentes. Fue cuando se encomendaron al productor Peter Katis cuando comenzaron a encontrar un sonido propio, simbolizado en el crucial EP ‘Cherry Tree’. En sus siete canciones empieza a vislumbrarse esa personalidad como banda que ya hoy es muy reconocible, e incluso uno de sus cortes, ‘About Today’, es aún hoy interpretado en directo como un punto álgido de sus shows.

Aunque aquellas obras obtuvieron un buen puñado de buenas críticas, el público seguía sin saber de su existencia. ‘Alligator’, su tercer álbum y el primero publicado en un sello (Beggars Banquet) que les pudo proporcionar una mayor proyección comercial, fue sin lugar a dudas su eclosión como banda, con un rock algo oscuro y de sonido apabullante, ejemplificado en canciones como ‘Karen’, ‘Lit Up’ o ‘Mr. November’, alternado con momentos reposados como ‘Val Jester’ o ‘City Middle’. Pese al notable salto cualitativo, ni siquiera así lograron pasar de ser un grupo para los más puestos al día. Pero con ‘Boxer‘, que para el que firma es su cumbre artística -fue elegido como uno de los discos más cruciales de la pasada década por JENESAISPOP-, no solo lograron aparecer en muchas de las siempre discutibles listas de lo mejor del año 2007 de la prensa especializada sino que al fin pareció que The National comenzaban a importarle a mucha más gente: vendieron la nada despreciable cifra de 300.000 copias en todo el mundo. A partir de ahí, llegó la verdadera eclosión comercial del grupo, con el mencionado ‘High Violet’ (que les llevó a actuar como «teloneros» del mismísimo Obama) y un ‘Trouble Will Find Me‘, álbum que presentan en su actual gira, que se alzó al Top 3 de Billboard en su primera semana a la venta.

En un momento del documental ‘Mistaken For Strangers‘, un film de Tom Berninger sobre la banda de su hermano, el propio Matt reflexiona sobre este asunto y viene a decir que en sus inicios vivían con enorme frustración la absoluta falta de atención que obtenían con sus canciones y que, cuando comenzaron a plasmar ese veneno en sus composiciones, fue cuando la gente comenzó a conectar con ellos. Quizá sea una forma un tanto romántica de explicarlo, pero es cierto que el proceso creativo del grupo ha sido en ocasiones traumático debido a la ansiedad por trascender y lograr ser reconocido, tal y como reflejaba el documental de Vincent Moon ‘A Skin, A Night‘, sobre la creación de ‘Boxer’. Es evidente que muchas de sus mejores canciones se construyen sobre una repetición obsesiva que genera una tensión creciente, y que culmina con la liberación catártica de esa energía. ¿Cabe pensar que ese esquema haya cuajado especialmente en una generación de jóvenes que acostumbra a mascar todas sus decepciones, miedos y fracasos en silencio frente a una pantalla LCD?

Aunque nunca han pretendido ser un grupo con un especial compromiso político (pese a haberse alineado con el Partido Demócrata abiertamente), algunas letras de Matt Berninger, como la de ‘Fake Empire’, parecen retratar la parálisis colectiva de una sociedad cegada por los destellos de un monumento dorado construido sobre la desigualdad. Pero eso suena tan petulante que solo cabe descartarlo y concluir que, simplemente, Berninger tiene un verdadero don para escribir líneas que, con pocas palabras, son capaces de dar con estados de ánimo muy reconocibles pero difíciles de verbalizar. “Cuesta un océano no desmoronarse”, “cuando entro en una habitación, no enciendo la luz” o “eres tomado por un extraño por tus propios amigos” son algunas frases de sus canciones que, aun tomadas un poco al azar, tienen tal carga dramática que apenas resultan soportables cuando, además, están envueltas por una música tan brutalmente bonita. Las sensaciones al escuchar a The National son, a menudo, abrumadoras.

Esa personal y reconocible fórmula creativa que, según dicen, surge de forma espontánea en el local de ensayo, tiene su mejor expresión en unos directos que a menudo culminan con Berninger, que suele beber una botella de vino por show, en una especie de trance moviéndose libremente por el abarrotado recinto. Sus conciertos son seguramente la disposición idónea para disfrutar de la banda, con el vocalista del grupo moviéndose espasmódicamente por el escenario, gritando fuera de micro y la banda mostrando la solidez que sus temas precisan. Por lo visto en su anteriormente aludida primera actuación en nuestro país, la amplia llanura frente a un gran escenario dentro de un festival junto a varias decenas de miles de entregados seguidores no parece el panorama ideal para disfrutar de unas canciones que, aunque expansivas, requieren cierto recogimiento por ese carácter íntimo que ya han adquirido en nosotros, conteniendo y después liberando esa tensión que, decíamos, alimenta su música. Quizá esta ocasión, en su concierto de mañana, sea ese momento de catarsis colectiva que soñamos hace años.

No es fácil precisar por qué hoy tantas personas han llegado a empatizar con una discografía que, a nadie se le escapa, no entra en los cánones de comercialidad habituales. Es evidente que la banda también ha reflexionado sobre ello, y quizá la explicación más lógica la den ellos mismos. Hace unos meses, Berninger decía a NPR: «Ensayábamos al lado de Interpol, y vimos a The Strokes tocar en garitos verdaderamente pequeños. Pero nosotros sacamos nuestro disco en aquel momento y a nadie le importó. Y no me quejo, porque creo que tuvimos suerte. Porque de alguna manera aprendimos cómo ser una banda y cómo escribir canciones juntos, en la sombra, y creo que eso fue bueno para nosotros. Aprendimos a tocar en directo en salas vacías y a tratar de ganar al menos un fan cada vez entre ese escaso público, durante años y años. (…) Trabajamos a tope, intentamos desesperadamente hacer los mejores discos y los mejores conciertos de lo que somos capaces. Eso es lo único que está bajo nuestro control. También creo que hemos tenido suerte, pero, definitivamente, nos hemos ganado los galones». Quizá el secreto es algo tan simple y honesto como eso, ciertamente.

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Publicado por
Raúl Guillén
Tags: the national