‘La gran belleza’: el fin de la dolce vita

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‘La gran belleza’: el fin de la dolce vita

La_gran_bellezaDel síndrome de Stendhal al “síndrome de Berlusconi”. Así comienza ‘La gran belleza’: de la “Roma eterna” fotografiada por los turistas a la grotesca Roma de la jet set, del ‘I Lie’ de David Lang al ‘Mueve la colita’ de Los locos o el ‘Far L’Amore’ de la Carrá remezclado por Bob Sinclar.

Al igual que la vieja rock star de la anterior película de Paolo Sorrentino, ‘Un lugar donde quedarse’ (2011), el protagonista de la ‘La gran belleza’ parece sacado de otra época. El escritor (de un solo libro) Jep Gambardella (fantástico Toni Servillo) es un vividor tan lúcido como decadente, el cronista del fin de un mundo, la versión envejecida, cínica y desencantada del Marcelo Mastroniani de ‘La dolce vita’ (1960). Sorrentino rinde homenaje a Fellini mezclando la suntuosidad y el gusto por el artificio del director de Rímini con la poética de la steadycam de Terrence Malick.

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Nobles empobrecidos que se alquilan para dar lustre a las fiestas, artistas conceptuales incapaces de explicar esos “conceptos”, burguesas autocomplacientes yonquis del bótox, cardenales más interesados en la buena mesa que en los asuntos espirituales, empresarios corruptos que se creen víctimas de la incomprensión… Una caricatura de la alta sociedad romana que le sirve al director para, por medio del exceso, articular un discurso existencialista sobre el vacío, sobre la falta de contenido que enmascara el artificio, y sobre Roma, una ciudad resacosa, un lugar que, como el propio protagonista, se marchita con elegancia.

Estructurada de forma episódica, a ‘La gran belleza’ le sobra algo de metraje. Le sobran “finales” (tiene como tres o cuatro antes de terminar de verdad), forzados homenajes fellinianos (la secuencia de la jirafa) y poética de garrafón (esos flamencos digitales). Pero lo que no le falta es ambición estética, euforia creadora, pasión cinéfila, toneladas de humor sardónico y reflexiones para esculpir: “estamos todos al borde del precipicio. No tenemos más remedio que hacernos compañía y reírnos un poco de nosotros mismos”. 8,2.

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