La principal decepción ha sido el escandaloso número de capítulos en que se ha prescindido del personaje de Brody, interpretado por el también galardonado Damian Lewis, por razones desconocidas y no tan esclavas del guión como habría debido. En el actor, inglés en la vida real para más inri, recae el principal dilema moral de ‘Homeland’ y por tanto en torno a él hemos visto las torsiones de guión más complejas. Carrie (Claire Danes) ha convencido en su papel de tenaz, bipolar y adicta al trabajo -y a sus emociones- agente de la CIA, pero es Brody quien ha osado plantar cara al patriotismo estadounidense, mostrando la peor cara de su propaganda.
Es una palabra, «patriotismo», que nos recuerda lo acertada que estuvo la serie al escoger su nombre. No puede haber «hogar» ni «patria» para el personaje de Brody desde el momento en que, como marine, es secuestrado y retenido durante años en Irak. No hay espacio para él cuando sólo se le quiere entender como héroe o villano y nunca como víctima de guerra, del sistema. De lo triste que es esa idea de que aquel a quien has servido te dé completamente de lado, habla y mucho ‘Homeland’. Porque ante todo esta es una historia triste en la que el drama es aún mayor que la acción que pueda contener, como ha sido el caso de otras grandes series que hemos visto durante los últimos años, desde ‘Lost’ a ‘Breaking Bad
‘ pasando por ‘Prison Break’. Y quizá por eso es tan claro que el clímax de este «season finale» lleno de simbología (la importancia del agua en la cultura musulmana) no ha sido su escena más cruda, sino una en la que uno de los personajes se derrumbaba entonando un simple «estoy jodidamente triste».Sólo por ella habría merecido la pena llegar a esta tercera temporada, que definitivamente ha remontado en sus últimos episodios. Pero también porque a lo mejor las primeras, aquellas que abusaban de las relaciones sexys y telenoveleras (Mike Faber y Jessica Brody retozando en pelota, ¿hola?) y en las que también había situaciones y vueltas de tuerca tramposas e inverosímiles (el mismo enamoramiento de Carrie), no fueran tan perfectas como las recordamos. A lo mejor esta tercera no ha estado tan mal después de todo. En las últimas semanas no ha podido crear peor cuerpo con sus momentos álgidos y ha dejado uno de esos desenlaces que te convencen tanto que, una vez visto, asumes que era el único que podías haber conocido. De hecho, una de las grandezas de cada una de las tres grandes partes de la serie es cómo ha logrado orquestarse en torno a una misión suicida, atentado o similar con puntos de salida y desenlaces muy diferentes, y siempre jugando con cuestiones tan jugosas como la justicia poética o -¡ja!- divina.
No hay duda de que ‘Homeland’ es aún una gran serie, y la única duda que sí puede caber es si lo seguirá siendo en el futuro. ¿Lograrán los guionistas reinventarse para seguir manteniendo la atención de la audiencia durante un cuarto año? ¿Basta la anunciada y tonta eliminación de dos personajes secundarios que ya no pintaban nada para hacernos desear que la historia continúe? Es difícil decirlo a día de hoy cuando el final de la tercera temporada podría haber sido perfectamente el de toda la serie, desde su tesis principal hasta ese inolvidable, ya mítico plano que titula el episodio: ‘The Star’. 8,5.