‘Nymphomaniac: Volumen I’, sexo, matemáticas, Bach y mucha pedantería

Un minuto, puede que sean más, de pantalla en negro y de fondo, muy al fondo, sonido de agua cayendo sobre algo metálico. Toses en la platea y más de uno pensando si se habrá estropeado el proyector pero sin atreverse a decir nada por miedo a decirle al emperador que está desnudo. Alguien comiendo palomitas a tu lado hace más amena la espera y empatizas con el director sintiéndote más inteligente que nadie porque estás entendiendo la metáfora de la pantalla en negro. Eres un genio. Él es un genio. El que se sienta a tu lado, y el de delante, y toda la sala son genios. Y aguantas. Y aguantas un poco más. Y por fin llega la luz. ¿Es la visión de esa pared mojada lo más parecido al orgasmo que has sentido en tu vida?

Tenían razón los que decían que si quieres ponerte cachondo hay películas pornográficas mejores que ‘Nymphomaniac’. El sexo vende (chapó por la estupenda campaña promocional de la película), y no dudo que mucha gente pague su entrada con ganas de ver carnaza en pantalla grande ahora que los cines X se convierten en Día Market, pero lo siento por ellos, porque más allá de la visión del primer plano de un coño, una demografía de la polla humana, alguna felación velada y Shia Labeouf poniéndosela dura, poco más sexo tendrán que el orgasmo, otra vez, que sientes cuando por fin terminan las dos primeras horas del ‘Volumen I’ de la película. Gracias, distribuidores, por evitarnos pasar sentados cinco horas y media autoconvenciéndonos de que lo que veíamos nos gustaba.

Reconozco que hay muchas ideas interesantes en el planteamiento que hace Lars von Trier sobre la idea de la sexualidad humana. Hay incluso alivio al comprobar que, lejos de la imagen de misógino que se ha ganado por determinadas películas, en su discurso intente naturalizar un comportamiento que juzgamos como pecaminoso por culpa de nuestra moral cristiana. Por mucho que la ninfómana de la protagonista se empeñe en describirse como una persona mala, el director, representado en la figura del confesor involuntario interpretado por Stellan Skarsgård, pone todo su empeño en explicar con metáforas culturales que su insaciable hambre sexual responde a su naturaleza humana. Lo suyo no es enfermedad, sino puras matemáticas.

El problema es que más que didáctico, o provocador -cualquiera de las dos opciones nos valdrían- von Trier tira por el camino de la pedantería ofreciéndonos un catálogo de metáforas sobre los árboles y la pesca digna de los párrafos más pesados de Tolkien y de una colección de cifras relacionadas con la sucesión de Fibonacci y la demonología oculta en la música clásica que pretenden ser cultas pero se quedan en algo parecido a Iker Jiménez descifrando ‘El código Da Vinci’. Y sus actores, mientras tanto, defendiendo el guión con la mayor dignidad posible.

Porque la culpa de que esto falle es, principalmente, del libreto y de la ejecución visual del mismo. El reparto, al menos el que sale en esta primera parte, demuestra una vez más que si en algo es genial Las von Trier es en la dirección de actores. Especialmente cuando el texto hace justicia a su esfuerzo interpretativo, como es el caso de Uma Thurman, cuya secuencia de mujer despechada en forma de monólogo con espectadores justificaría por si sola la existencia de esta película. Un oasis en medio de lo tedioso que, espero, remontará cuando se estrene el ‘Volumen II’ el próximo 25 de enero. Ojalá cuando lo vea me tenga que comer mis palabras. Hasta entonces, parafraseando a Stacy Martinembestida por Shia LaBeouf, “no siento nada”. 4

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Publicado por
Claudio M. de Prado