Estamos en Inglaterra en 1972. La Guerra fría, el IRA, la crisis energética, la huelga de la minería. En ese sentido, ‘Operación dulce’ funciona como un gran fresco histórico. Una Inglaterra poscolonial sumida en una profunda crisis política, sometida a sucesivos estados de excepción, pero, sin embargo, cultural y socialmente vibrante, con movimientos como el feminista cada vez más potentes, y una escena musical y artística que ha hecho historia.
En este contexto se desarrolla una trama de espionaje que se abre en varias direcciones. Por un lado asistimos a la llamada “guerra de ideas” o «guerra fría cultural», la promoción y difusión de los valores de la cultura occidental –“estimular lo que es bueno y correcto”- por parte de los servicios secretos de Inglaterra y Estados Unidos. Pero no solo espían los gobiernos, también los amantes. Por celos, por despecho, por venganza. En estos juegos psicológicos, donde la realidad y la ficción se (con)funden, encontramos al McEwan más reconocible y admirable, el más cercano a, por ejemplo, ‘Expiación’.
Por medio de una prosa muy ágil, formada por frases cortas y precisas, el autor consigue fundir de manera brillante la novela de ideas y el relato de género, la trama romántica y los giros metaficcionales. Una historia de amor entre dos tipos de lectores: una con gustos sencillos, novelas con personajes con los que se puede identificar, y el otro con inclinación al posmodernismo. Una estupenda novela de espías, sutilmente paródica, con un final sorprendente. 8,9.