‘Menta y agua’, así era ser fan entre siglos

Libros de Kirlian ha editado recientemente 150 copias de un libro sobre La Buena Vida que se ha agotado en cuestión de días, si bien se prepara lo que se ha anunciado como «segunda y última edición». Es fácil imaginar las razones de este éxito. La sed de los seguidores del grupo es grande, pues quedaron (quedamos) sin grupo favorito sin verlo venir, cuando la banda tenía una posición más que consolidada en el mercado, primero a través de la marcha de la vocalista Irantzu Valencia, y después tras la trágica muerte en accidente de coche de Pedro San Martín, bajista y autor de muchas de sus canciones. Ahora se dice, incluso en este mismo libro escrito por varios fans, que ‘Vidania’ (2006) ya no era lo mismo, pero recuerdo ver al grupo estrenar una de las canciones en él contenidas, ‘S.O.S.’, en Metrorrock, en el escenario grande delante de -fácilmente- 10.000 personas. Podemos discutir durante horas si este álbum era el peor del grupo o en realidad uno de los cuatro mejores, pero a todas luces, la popularidad del grupo estaba en un punto excelente, y desde luego en aquel 2006 se desconocía que nos esperaba… la nada.

‘Menta y agua’ no es una biografía, a pesar de la ausencia de una que haga justicia a la formación. En este libro no encontrarás la explicación de cómo un grupo que en muchos sentidos era la antítesis del indie-rock, de lo que se supone que fueron los 90, de la tontería moderna y por supuesto de lo que sonaba en radiofórmula, pudo llegar a vender 15.000 copias de ‘Hallelujah’; cómo se fue distanciando en sonido de compañeros de generación como Le Mans / Single, o cómo se fue desintegrando hasta el momento en que los chicos, sin Irantzu, quizá decidieron dejar sus composiciones reposar y tirar la toalla, incluso antes de la muerte de Pedro San Martín. No era la intención. Tomando como ejemplo la misma sencillez de La Buena Vida y su falta de pretensiones impostadas, simplemente recoge las sensaciones que una serie de personas han querido compartir en textos libres, a menudo algo amateur -se excusan el estilo de redacción y algunas faltas en un mensaje al final del libro por haber querido respetar los relatos originales- pero tan llenos de pasión como aquellas composiciones.

Las historias contadas por Miqui Puig, los autores de las páginas y foros de La Buena Vida y fans locos dispuestos a contratar a la banda para su boda son tan universales como su repertorio y rara es la que no despierta ningún interés. Sin embargo, el libro tiene un gran mérito, desconozco si medio involuntario: el retrato de una generación que empieza a descubrir música a través de otros canales (fanzines, Radio 3, los inicios de internet), queda maravillada ante ese otro mundo de buena música que se le abre, y se entrega a la causa dedicando su tiempo libre a hablar de esa música a través del IRC, a cambiar cartas (puedo certificarlo, lo viví: se enviaban cartas), a abrirse las primeras cuentas de e-mail con nombres como «los mejores momentos» y a realizar una salvajada de kilómetros sólo para presenciar uno o varios de los conciertos de su banda preferida, cuando no simplemente para pisar su ciudad de origen. ¿No ha ido desapareciendo este fenómeno fan a medida que se multiplicaba el número de discos que se editaban al día en la era digital? ¿No es la gente hoy mucho más infiel a una formación?

El libro, además de incluir ilustraciones de Guillermo Arias y Helena Toraño, alguna foto y algún impagable flyer de la primera época de Siesta, es por supuesto también un retrato conmovedor de cómo La Buena Vida pasó de componer «la canción más triste del mundo» a protagonizar una de las historias más tristes. Rosa Martí, pareja de Pedro, escribe el último relato, un emotivo recuerdo tan duro de leer como aquella canción de Javi de escuchar, tras el que la editorial ha decidido aligerar cerrando con una serie de tweets con frases favoritas de la banda, quizá como muestra de que seguimos recordando a los que ya no están y también a los que sí. 7.

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Publicado por
Sebas E. Alonso