Lollapalooza Chile 2014

Aunque suene a tópico gastado lo del “incomparable marco” en este caso no se puede decir otra cosa. El maravilloso Parque O’Higgins servía por cuarto año de escenario para la versión chilena del mítico festival Lollapalooza. Además este año se extendía a Argentina y Brasil. Una franquicia musical en toda regla. Esto funciona a su favor (una marca consolidada y reconocible) y en su contra (una línea editorial a seguir que cercena las intenciones de los promotores locales). Viendo el cartel no es difícil intuir por dónde se partía cada uno.

Para alguien acostumbrado a los festivales españoles lo primero que llama la atención es que no se pueda comprar alcohol, lo cual era bastante paradójico dado que entre los patrocinadores se encontraban una marca de cerveza y otra de whisky. Esto es así porque gracias a eso pueden entrar menores, lo que dota al perfil del festival de un matiz familiar imposible de ver en nuestras tierras. La programación para niños en el Kidzapalooza, la multitud de talleres y actividades paralelas pensadas para los más pequeños se presentaban como un plan más que apetecible si uno quiere seguir disfrutando de la música en este tipo de entornos pero ya ha formado familia. El horario también es llamativo porque va desde el mediodía hasta las 23:30, cuando terminan los cabezas de cartel. Pero, más importante aún, hacer el evento para todos los públicos lo que consigue es que, literalmente, miles de adolescentes en grupos, chavales de 14-15 años estén en pandilla por el festival viendo los conciertos. Vista la media de edad de la mayoría de los directos (y los grupos) en España no es una reflexión al aire. En el aspecto musical la oferta era variada y heterogénea aunque de aristas muy marcadas. Se partía en tres ejes: grandes leyendas de los 90, artistas emergentes o con pocos años de carrera y artistas locales y latinoamericanos que cubrían ambos espectros.

En la jornada del sábado lo primero que destacaba en el principal escenario, el Claro Stage, era el nombre del veterano Joe Vasconcellos. Su música de fusión con toques de jazz y claramente influenciada por Brasil era una ligera puerta de entrada a lo que iba a venir. Mensajes en apoyo a la lucha de los Mapuches en la Patagonia y sobre temas de paz y hermandad no recomendados a alérgicos del buen rollo.

Tras él, en el segundo escenario en importancia, el Coca-Cola, actuarían otros clásicos de la música local, Lucybell. Como varios de los artistas del festival, sus mejores años quedaron en los 90 y en sus primeros trabajos, pero sirven para recordar que otro mainstream era posible con grupos que surgieron entonces como La Ley, con sonidos menos estandarizados que los habituales de la radiofórmula. Su pop de raíz inglesa con grandes influencias de The Cure o de Soda Stereo fue un soplo de aire fresco en sus tres primeros trabajos, para perder casi toda la inspiración después. Una banda que, artísticamente, no tiene relevancia alguna en la actualidad pero que no deja de congregar a un gran número de fans que quiere revivir parte de su excelente repertorio, como ‘Viajar’ o ‘Cuando respiro en tu boca’.

Volviendo al Claro llegaba el turno de una de las mejores actuaciones del día, la de otros veteranos, en este caso los mexicanos Café Tacvba. La banda liderada por un Rubén Albarrán con aspecto de predicador evangélico, se puede considerar una de las más importantes de la música en español de las dos últimas décadas sin temor a caer en exageraciones. Grandes responsables de la explosión de llamado Alter-Latino junto a otros grupos que surgieron o llegaron al éxito continental en los primeros 90 como Aterciopelados, Los Fabulosos Cadillacs, Los Tres y muchas otras bandas de toda la geografía latinoamericana, vehicularon su triunfo transnacional vía la naciente MTV Latina. Su desconocimiento en España es de lamentar porque nos encontramos ante los autores de discos que siempre coparán las listas de los mejores trabajos de la música en español si se aplica una visión con mira de alturas (como la realizada en el reciente especial sobre el tema de la edición mexicana de Rolling Stone). Entre su discografía abundante destaca ‘Cuatro Caminos’, al que en su día Pitchfork coronó con un 8,7 y la prensa estadounidense denominó, de una forma un tanto perezosa, «el ‘Kid A’ del rock latino». Su concierto estuvo plagado de éxitos como ‘Las flores’, la ‘Chilanga banda’, o, entre los más celebrados, su primer hit ‘La ingrata’ y, por supuesto, la versión que hacen del clásico del grupo chileno Los Tres, ‘Déjate caer’. Personalmente su versión me gusta poco pero la coreografía de boyband con la que la acompañan siempre derrota cualquier prejuicio.

La primera banda de ámbito no latino era Capital Cities. Ray Merchant y Sebu Simonian demostraron lo que son: una versión light de Phoenix, M83 o el primer disco de MGMT. Agradeciendo en un estimable español y con fórmulas de cortesía gastadas (“sois el mejor público que hemos tenido”), el concierto no pasaba de ser una mera espera hasta que sonase ‘Safe and Sound’. Entre su repertorio estaba la espantosa versión de ‘Stayin’ Alive’ que aparece incluida en el disco para la banda sonora de ‘Dallas Buyers Club’, con la que hicieron un mash-up junto a ‘Undone’ de Weezer.

En el escenario principal estaban Cage The Elephant con los mismos males que Capital Cities: es una banda que suena a otras sin un ápice de personalidad ni sonido que pueda definirlos. Esto no tiene por qué ser una losa si se defiende con grandes canciones. Por desgracia no es su caso. Repitiendo actuación en el festival como dos años atrás pero con un estatus de estrella mayor, el concierto era un paseo por un rock tibio con ecos de envejecido brit-pop con curiosos ramalazos AORizantes por momentos. El éxito de singles como ‘Ain’t No Rest For The Wicked’ y, sobre todo, ‘Come a Little Closer’ les garantiza seguir girando como nombre de relleno en festivales de todo el mundo y que sea disfrutado por quienes busquen sustitutos a la épica de garrafón de bandas como Oasis, con un frontman que se quita la camisa a lo Iggy Pop pero con menos abdominales y hace el crowdsurfing más ridículo que recuerda este cronista (impagable momento de vergüenza ajena). Que lo disfruten otros.

Otros que buscan el rock de estadios en su directo son, sin duda, Imagine Dragons, aunque ahora más que «rock de estadios» debería decirse «rock de festivales», rock inofensivo que, sorprendentemente, ha obtenido un éxito arrollador con su disco ‘Night Visions’ entre el público indie-mainstream. En nuestro país llegó de la mano de un anuncio de cerveza con ‘On Top of the World’ y le viene bien esa definición a su música: de anuncio de cerveza (con todo lo que eso incluye). En directo se inclinan hacia un sonido mucho más rockero que electrónico y el momento más coreado vino de mano de ‘It’s Time to Begin’, más que sus mayores éxitos como ‘Demons’ o ‘Radioactive’, cumpliendo con casi un protocolo: coger una bandera de Chile de alguien del público y moverla un rato. Aunque si de banderas y símbolos se trataba, los relacionados con Venezuela, en plena crisis institucional y social, ganaron por goleada.

Triunfo entre el público del jovencísimo Jake Bugg. Relegado a un escenario secundario, aun así su música amerita otro tipo de lugar. Con el calor de media tarde, sus melosas baladas herederas de ciertos cantautores sesenteros servían de pastoral banda sonora a multitud de público que se sentó en la hierba (para eso era un parque) a hacerse carantoñas. No molestaba (a pesar de cierto tono irritante en su timbre), pero tampoco parecía el lugar para apasionar. Uno se desperezaba cuando daba un poco de energía al asunto con canciones como ‘What Doesn’t Kill You’, una de las más celebradas, o al cerrar con una de sus mejores canciones como es ‘Lighting Bolt’. Sin duda, el éxito de sus dos discos editados en un corto espacio de tiempo para lo que se estila da pistas de que sabe cómo tocar las teclas de lo que se puede esperar de él y eso es innegable. Correcto, entretenido… a revisar su setlist en formato festival. Todo lo contrario que el set que se marcaba Baauer en el escenario electrónico con música machaca que no tenía problema en hacer aparecer canciones de cheesecore. Puro y duro bakalao con sirenas y luces que hicieron bailar al numeroso público como si aquello fuera Puzzle o Barraca en los 90. Y ‘Harlem Shake’.

Ellie Goulding salió con una gran banda de acompañamiento, en especial su trío de coristas. No tenía muy claro qué esperar de su concierto. Finalmente, la música fue mucho más orgánica de la que cabía pensar en principio y eso hacía que algunas de sus canciones quedasen más cerca de Avril Lavigne que de otra cosa. Pero supo defender su cancionero y hacer un espectáculo con poca pirotecnia y sí mucho esfuerzo por que se notase que estaba dando lo mejor de sí a nivel vocal. Lo consiguió de sobra aunque se echara en falta un poquito más de viraje electrónico en el show, al que sí se entregó de lleno hacia el final. Terminar con ‘Lights’, ‘You My Everything’ y, como no puede ser de otra manera, ‘Burn’, deja mejor sabor de boca del que se iba teniendo durante el propio concierto.

La parte final de la noche se inició con Phoenix. Sin demasiadas sorpresas para el que haya visto sus conciertos, al menos este show fue menos soso que el del pasado año durante el Primavera Sound. Si uno no conoce a la banda sería difícil apasionarse con ella si el primer contacto es su directo. Se esfuerzan y cada vez van mejorando (lo que ya es decir en una banda con tantos años de carrera), pero sus shows quedan a años luz de lo que sus brillantísimas canciones demandan.

Nine Inch Nails dieron un concierto que fue de menos a más. Comenzando de forma demasiado pausada y sobria para lo que uno podría esperar, recordaban un poco a los Depeche Mode de la era ‘Black Celebration’. Tampoco ayudaba una muy poco espectacular puesta en escena en la que apenas se jugaba con las luces. Pero, poco a poco, el show comenzó a tomar vuelo cuando empalmó ‘Terrible lie’ con la brutal ‘March of the Pigs’. A partir de ahí, todo fue hacia arriba conjugando las dos facetas de la banda, la industrial y la más electrónica. El público más casual parecía preferir estos momentos, pero los muchísimos fans de la banda vibraban cuando arremetieron clásicos como ‘The Great Destroyer’. No fue un concierto fácil para los no fieles aunque el tercio final, lleno de energía, fue capaz de conectar con los despistados. Aun así, no parecía un show para dejarlo a uno impresionado… hasta que en el bis, tras un silencio, apareció ‘Hurt’ y todo lo anterior, como en un cuento de Cortázar en el que la última frase dota de un significado diferente a lo anterior, arrojaba nueva luz a lo visto. Sin duda, el momento más emocionante de los dos días.

Cerraron la noche los ganadores en camisetas del día, Red Hot Chili Peppers. Un show que pudo ser una celebración de todos sus innumerables éxitos pero que dejó de lado muchos de ellos para ponerse espeso y aburrido, con un sonido bajo y con muy mala voz de Anthony Kiedis. Todo esto se hizo notar con el éxodo de miles de personas fuera del recinto durante la actuación de los cabezas de cartel. Entre esos que abandonaron el recinto pasado la mitad del concierto está el que esto escribe. Perderse ‘Give it Away’ compensa cuando se está presenciando algo con cero significación. Y sí, he dejado libros a la mitad, series en la segunda temporada y he apagado películas. Pues lo mismo.

El segundo día se prometía a años luz de interés en el descompensado cartel y cumplió. De sobra. Tras el concierto del grupo mexicano-chileno Hoppo!, en el que participa el propio Rubén de Café Tacvba (y que invitó a Fernando Milagros a acompañarlos), el primer imperdible del día era el show de la rapera Ana Tijoux. Probablemente la figura femenina más importante del rap en español en toda su historia junto a La Mala, repasó sus trabajos en solitario y hasta recordó temas de los fundacionales Makiza, banda de la que ella era parte. Un show extraordinario con reivindicaciones necesarias de género y clase, referencias a la lucha por una educación de calidad, tema central del descontento en Chile. Canciones como ‘1977’, que sonó en ‘Breaking Bad’, o ‘Mi verdad’, tema de cabecera de la fantástica serie (sobre todo su primera temporada) ‘El Reemplazante’ le han dado una exposición enorme que también le han generado estúpidas polémicas como la que hubo al día siguiente del festival porque algunas personas del público la insultaron de forma clasista como “cara de nana”. Nada que añadir…

Otra triunfadora fue Natalia Lafourcade. Emocionadísima por su debut en Chile, repasó con profusión su homenaje al cancionero de Agustín Lara acompañada de una maravillosa banda y con colaboraciones vocales de Gepe y Meme de Café Tacvba. También hubo recuperaciones puntuales de su discografía anterior como ‘En el 2000’ o ‘Ella es bonita’ en un concierto que fue un chute de felicidad para todos los asistentes. Enorme esta chica tan pequeña.

Portugal The Man cayó en los mismos tópicos, falta de personalidad y defectos que Cage The Elephant. Un show plano y difícilmente apasionante en el que -resulta sintomático- lo más celebrado fue su versión de ‘Another Brick in the Wall’. Si hablamos de personalidad, esa le sobra a Johnny Marr. O, al menos, se le supone. Pero su concierto naufragó sin remedio quizá maldito de antemano. Con un repertorio en el que la mitad de los temas eran de The Smiths, uno parecía estar ante una banda tributo a los de Manchester. Pero no una de las mejores sino una regular. Ni siquiera se intuía que estábamos ante uno de los guitarristas más imaginativos de la historia del pop. No debe de confiar en su propio repertorio actual porque, además de las canciones de su anterior banda y ‘Getting Away With It’ de Electronic (sin Bernard Sumner a pesar de estar por allí), interpretó una versión del clásico popularizado por Bobby Fuller Four ‘I Fought the Law’. Las canciones propias sonaban a que podrían haber estado en los últimos discos de Oasis. Así de triste.

Pero eso no fue nada ante lo que vino después. Había comentarios sobre el desastre perpetrado por Julian Casablancas en el side-show durante la semana. Ninguno de ellos se acercó a la dimensión real de la tragedia: un espectáculo lamentable, con un Casablancas totalmente fuera de sí, con una pose de estrella del rock risible, desgañitándose como un aficionado al karaoke. No fue lo peor de los dos días sino de lo peor que uno pueda imaginar sobre un escenario. Juramos que ese hombre tuvo talento.

Nada que ver con el impecable espectáculo que ofrecieron Savages: ejecución magistral, imagen potente, canciones con gancho las de su ‘Silence Yourself’ y derroche de carisma por parte de su vocalista Jenny Beth, que se permitió incluso flirtear con las primeras filas llenas queriendo, en sus palabras, «bajar para estar entre esas preciosas chicas delgadas». Y si la carrera de Savages está despegando, la de Vampire Weekend ya está en órbita. Situados en el segundo escenario en importancia, el lleno ante su actuación definía la expectación ante los autores de tres discos sensacionales. Aunque su nombre y trayectoria parecen pedir cerrar festivales, la organización los situó a media tarde. No fue mala elección porque su música festiva y a ratos melancólica sirvió de perfecta bisagra para lo que se venía encima. Ezra Koenig, vestido con una chaqueta vaquera con Babar sobreimpresionado, se ganó cánticos alusivos a su belleza física, pero con canciones como ‘Cape Cod Kwasa Kwasa’, ‘Horchata’, ‘Diane Young’, ‘Oxford Comma’ o la imprescindible ‘A-punk’, poco ha tenido que ver su físico en su triunfo. ¿Que suenan a veces a Paul Simon? ¿Y qué?

Pero la actuación del festival estaba por llegar. Podría haberse esperado (la organización no, que la mandó al segundo escenario más pequeño), pero lo que pasó durante el show de Lorde desbordó cualquier expectativa. Presentando un disco excelente como es ‘Pure Heroine’, no parece haber riesgo de que el árbol (‘Royals’) no deje ver el bosque. Un concierto mágico, en el que se veía una emoción real fuera de la ensayada por la mayoría de los artistas cuando van de gira. Así lo hizo saber entusiasmada en su Twitter, pero lo importante era otra cosa. La que vimos fue una actuación llena de ritmos entrecortados, con ella desplegando rabia y fuerza, con unas capacidades vocales que asombraban, un aplomo implacable para sus 17 años y, en resumen, una capacidad de generar magia a su alrededor al interpretar su repertorio que dejó a todo el mundo con la boca abierta. No era difícil pensar en otra adolescente prodigio como fue Kate Bush. Si la carrera de Lorde soportará tal comparación a la larga está por ver, pero la fragilidad (hizo un emocionantísimo speech de más de 5 minutos sobre sus miedos), el talento y la capacidad de fascinación que tiene Lorde, no tiene mucho parangón en este momento. El concierto del festival. De largo.

Frente a esa frescura está la pochez de unos Pixies convertidos en todo lo que juraron no ser. Con un repertorio menos divertido que en las pasadas giras, por tener que sacar algunos clásicos para meter sus menos que discretas nuevas canciones, lo suyo suena a comida rápida: te satisface en el momento y, al cabo de un rato, comienza a sentarte mal. ¿Entretenido? Sí, pero los Pixies no estaban en la liga de ser entretenidos.

Todo lo contrario al magno espectáculo de la banda que ha venido a sustituir a U2 como gran banda de estadios. Arcade Fire tienen un cancionero indiscutible. Desde el propio ‘Reflektor’ que abría su concierto, pasando por ‘Ready to Start’, ‘No Cars Go’, ‘The Suburbs’… su triunfo es inapelable y merecido y su ascenso al Olimpo musical y mediático indiscutible. Se agradece que entre cierto mesianismo dejen lugar al humor. Tras retirarse salieron a escena unos cabezudos que anunciaron en español llamarse Los Reflektors, indicando que seguirían cantando. Y en ese momento comenzó a sonar la versión de The Smiths a cargo de Mikel Erentxun ante las risas y cierto desconcierto del público. Pensé que sería un guiño a Marr (ya hicieron otro a Pixies al interpretar un trozo de ‘Wave of mutilaton’ y a New Order con ‘Temptation’) pero, al parecer, lo están haciendo en más conciertos. Da igual, una anécdota minúscula a la espera de que cerrasen con un glorioso ‘Wake up’.

Lo de New Order da para una reflexión aparte. Probablemente el grupo más relevante del festival junto a Pixies en una visión historiográfica, dieron un sensacional espectáculo a nivel visual y musical paseando por una discografía perfecta hasta ‘Republic’ y luego con aciertos puntuales. Pero, ay, cuando esa música perfectamente ejecutada entraba en contacto con la voz de Sumner, aquello era un naufragio. Si su voz siempre resultó cálida como un abrazo lo que tiene ahora es doloroso como un puñetazo. Resultaba ciertamente doloroso verle intentar aguantar, sin capacidad vocal, incluso dejando momentos en los que estaba absolutamente ahogado y donde ni se le distinguía registro vocal alguno (especialmente triste ‘The Perfect Kiss’). El final, recordando a Joy Division en una desdibujada versión de ‘Love Will Tear Us Apart’ sólo sumaba rabia como desenlace. Todos queremos ver a leyendas de la música en vivo pero, aunque cosas como esta dejen intacto un legado inmarchitable, no deja de resultar penoso.

Un poco de eso también se vio en el concierto de cierre con Soundgarden. Extraña decisión como gran cabeza de cartel del festival para un grupo que ni fue de lo mejor de su generación y al que el tiempo sólo parece empequeñecer su legado. La escasa afluencia de público para el supuesto momento más importante del evento ratificó esa sensación.

Agradecer a la excelente organización del festival (en este aspecto extraordinario) y a Jaime Guerrero y Julieta Gracia en la ayuda de la elaboración de este artículo.

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