La consecución de esa mezcla de géneros es máxima. El final es algo extremo, pero el desfile de secundarios es brillante y acertado, entre el director de teatro underground, el psicólogo -ambos, de nuevo muy Allen-, el vecino depresivo, la ex compañera de clase con trastornos alimenticios e infancia traumatizada, el jugador de golf perfecto que el padre del protagonista admira más que a él mismo, el alcohólico con pasado histórico doloroso, los angustiosos acosadores callejeros o la abuela del camello y el último grito en sofás con mando.
La sensación de atemporalidad y de universalidad, en cambio, es menos interesante, de manera que el blanco y negro esta vez no aporta sino una bonita y llamativa fotografía. ‘Oh Boy’ es claramente una película 100% actual, como retrato de una sociedad, en concreto la berlinesa, en la que durante los años pasados ha sido muy fácil encontrar jóvenes en torno a la treintena sin oficio conocido, terminando aún sus estudios sin demasiada motivación para los mismos, sobreviviendo de mala manera con la ayuda económica paterna, entre discusiones de arte y alcohol, en una ciudad en la que es más fácil y barato ahogar tus penas que tomarte un café, si este no lleva condimentos que aúpan su precio hasta los cuatro euros. Una sociedad en la que las pijadas más inimaginables e innecesarias conviven con la miseria, en la que un día entregas una limosna y al minuto siguiente quieres recuperarla desahuciado. 7.