Neil Young / A Letter Home

Que el mismo mes en el que Neil Young presentaba Pono, un gadget para escuchar música que promete máxima definición, lanzara el disco más decididamente lo-fi de su carrera es quizá el WTF del año. Sin embargo, en el universo de este excéntrico cantautor tiene todo el sentido, y lo uno no está reñido con lo otro. La gran queja de Young respecto a los CDs y el formato MP3 tiene que ver con la pérdida de calidez sonora en un caso y de claridad en el otro, pero según las notas de ‘A Letter Home’, estas canciones han sido grabadas usando “antigua tecnología electro-mecánica para capturar y sacar a la luz la esencia de algo que podría haberse perdido para siempre”. Es decir, la nostalgia por el pasado imperfecto pero lleno de encanto no está reñida con la exigencia de una buena alta definición en el presente y el futuro. Y en la medida en la que a uno le convenza esta aparente esquizofrenia será capaz de disfrutar del encanto del disco, y de apreciar que el uso de un Voice-O-Graph de los años 40 da a las canciones una atractiva pátina de antigüedad. Quien no lo vea se horrorizará de que el viejo Neil haya sucumbido a tan burda instagramización de su música. Lo que está claro es que la retromanía no conoce edad.

Pero seamos justos: cuando llevas grabados más de treinta discos después de 45 años de carrera cualquier propuesta de grabación con un planteamiento novedoso (o hasta “novelty”, como en este caso) tiene que resultar bastante estimulante. Recordemos que en su anterior disco en solitario Daniel Lanois le construyó un escenario dentro del estudio con monitores y todo, y le hizo tocar como si fuese un concierto. En esta ocasión la propuesta es aún más radical, si bien no completamente original: en febrero de este año se publicó la recopilación ‘The 78 Project’, en la que se invitaba a artistas del folk, punk o cajun a grabar una canción en un grabador de acetatos Presto de los años 30 como el que usó Alan Lomax en su legendario periplo americano recopilando la música del pueblo. El resultado, que pronto será también una película documental, es muy recomendable y curiosamente suena con mejor calidad de sonido que la cabina Voice-O-Graph, que no dejaba de ser un pasatiempo de feria.

Precisamente esas grabaciones de Lomax para la Biblioteca del Congreso o la mítica ‘Anthology of American Folk Music’ de Harry Smith son la referencia primaria de ‘A Letter Home’. Sin el impacto de esas canciones durante los 50 y 60 en la imaginación colectiva de toda una generación (Young incluido) no se entendería qué puede atraer a un músico a nadar contracorriente en busca de ese sonido. Un sonido que para muchos ha sido una fascinante máquina del tiempo sonora de sonido delgado, opaco, oscuro, con velocidades alteradas, chasquidos e imperfecciones, pero que tenía algo de vivo y auténtico que no se encuentra en las grabaciones hechas en estudio a partir de los años 50. Una especie de desfile de «freaks» musicales con voces anticuadamente agudas y hermosas baladas espectrales

, el equivalente sonoro a mirar al pasado por una minúscula y sucia mirilla. Eso es lo que Jack White (inductor del disco) y Neil Young buscaban al grabar estas once canciones en una cabina: el placer de escuchar el disco de plástico resultante y fascinarse con el camino recorrido por el sonido en unos pocos minutos: miles de millas -y décadas- de distancia, a un pasado color sepia casi como si la canción se hubiese telegrafiado. En la introducción, en la que Young graba una mensaje hablado para su difunta madre, queda claro: “Mi amigo Jack tiene esta máquina con la que puedo hablar contigo…”. Es decir, es una máquina capaz de conjurar los espíritus de los muertos, de los artistas de todas aquellas grabaciones.

Dicha introducción es una excelente manera de establecer el tono del disco, al que favorece desde luego la elección de temas, que no decepcionará a los fans del Neil Young acústico: las cualidades melancólicas de su voz, de su forma de tocarlos con la guitarra, las reviste de esa magia suya tan única, a pesar de las capas de suciedad. ‘Changes’ de Phil Ochs abre el disco de forma delicada y frágil, seguida de la estupenda ‘Girl from the North Country’ de Dylan. Son interpretaciones muy desnudas que en ocasiones suenan ligeramente triviales (‘Crazy’ de Willie Nelson o ‘If You Could Only Read My Mind’), pero otras, como la extraordinaria ‘Needle Of Death’ de Bert Jansch o ‘Early Morning Rain’ son verdaderamente emocionantes.

La aparición del piano anima la cara B, con Jack White aporreando las teclas y haciendo armonías en ‘On The Road Again’ (cómo consiguieron meterlo en la cabina queda para la imaginación de cada uno). Para cuando llega la recta final, con dos hermosas elecciones (‘My Hometown’ de Bruce Springsteen y ‘I Wonder If I Care As Much’ de los Everly Brothers), uno ya ha sucumbido al hechizo: las canciones suenan perfectas en este medio y casi cuesta imaginar cómo habrían sonado sonorizadas de manera moderna. Bueno, de hecho es fácil: mucho menos interesantes. Si en 1995 molaba tanto que todo un elenco de directores de cine grabasen minipelículas con una cámara Lumière de 100 años de antigüedad, ¿qué hay de malo en escuchar a Neil Young grabar en esta cápsula del tiempo setenta años tarde?

Calificación: 7,5/10

Lo mejor: la melancolía espectral de ‘Needle Of Death’, el bonito dúo final con Jack White en ‘I Wonder If I Care As Much, el hecho de que un casi septuagenario haga lo que le dé la gana.
Te gustará si: eres de los que piensan que el limitado sonido de los viejos discos de 78rpm los dota de una magia única.
Escúchalo: Deezer

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Publicado por
Jaime Cristóbal