Pero no importa. Bryan Singer se encarga de espantar cualquier sensación de déjà vu a golpe de: 1) hallazgos visuales: la primera lucha con los Centinelas interceptados a través de agujeros espacio-temporales, la fabulosa secuencia donde vemos la realidad a la velocidad de Mercurio mientras suena el ‘Time in a bottle’ de Jim Croce, 2) humor irónico y desengrasante: estupendos gags verbales y visuales, la mayoría protagonizados por Lobezno, 3) atractiva estética: el choque temporal le da a la película un cautivador aire retro, 4) potencia narrativa: ese trepidante final mezclando dos líneas temporales, y 5) guiños nostálgicos: hay cameos capaces de hacer soltar lagrimitas a los fans más sentimentales.
Lo mejor que se puede decir de la película es que está a la altura de su gigantesca ambición. Un sofisticado tour de force narrativo y estético, visualmente apabullante, capaz de unir de forma armónica las diferentes líneas argumentales de la saga: la emprendida por ‘X-Men: primera generación’ (2011), la trilogía iniciada por el propio Singer y hasta los spin off de Lobezno.
A pesar de cierto desequilibrio entre las tramas –el pasado da mucho más juego, y el director lo sabe- y de esos inevitables tics de retórica de blockbuster (¿hay algún director en Hollywood, salvo Christopher Nolan, capaz de imprimir algo de personalidad a una superproducción?), ‘X-Men: Días del futuro pasado’ cumple con las expectativas creadas: dura más de dos horas, pero vuelan como Magneto. 8,5.