Clásicos Que Nunca Lo Fueron: ‘Ifyoubelievein’ de Bryan MacLean

Título: ‘Ifyoubelievein’
Artista: Bryan MacLean
Sello: Sundazed (1997) / grabado 1966 – 1982

Los 90 fueron la década dorada de las reediciones, en la que prácticamente todos los sellos se animaron a recuperar material descatalogado o perdido de sus archivos, una costumbre que continúa en la actualidad pero que fue propulsada por la aparición del Compact Disc. Todos hemos criticado mucho dicho formato (sobreprecio, obsolescencia, packaging incómodo y frágil) pero lo cierto es que gracias a él y su barato coste de fabricación, los sellos, en su afán por lograr que la gente comprase los mismos discos otra vez, empezaron a bucear en sus archivos rescatando masters y grabaciones inéditas para dar más atractivo a las reediciones digitales. Uno de los mayores expertos en este tipo de proyectos por aquel entonces fue Bob Irwin, que en 1989 había fundado el sello Sundazed, dedicado a reediciones en CD (y posteriormente, vinilo). A lo largo de la década, muchos sellos multinacionales le llamaron para encargarle reediciones como las de la serie Legacy Records de Sony o muchas otras del sello Capitol. Por ejemplo, la legendaria primera entrega de las ‘Bootleg Series’ de Bob Dylan (1991) contó con su supervisión y masterización. Consecuencia también de la avalancha de reediciones, que a menudo incluían extras y rarezas, fue la aparición cada vez más frecuente de discos completos inéditos, discos que nunca fueron realidad, o incluso recopilaciones de material inacabado o simples maquetas, en muchos casos editadas por sellos igualmente independientes, desde Rhino hasta veteranos como Ace Records.

Por supuesto, abrir las compuertas del almacén de una discográfica (o directamente encontrarte con unas demos en un garaje, como en el caso que nos ocupa) no es garantía de calidad, y la oferta de música inédita, convertida en un negocio más, está llena de discos de presentación prístina pero contenido mediocre. Sin embargo de vez en cuando surgen maravillas como este disco, aparecido de la forma más modesta en 1997, pero que suponía un fascinante hallazgo: maquetas acústicas de 14 canciones de Bryan MacLean, el miembro del grupo Love que siempre había quedado relegado a la sombra de Arthur Lee, el verdadero líder de la banda. Un personaje (MacLean) envuelto en un halo de misterio, que sólo había compuesto cuatro canciones en los tres primeros discos del grupo, pero que eran verdaderos clásicos, incluyendo quizá la canción más popular y reconocible de Love, la mítica ‘Alone Again Or’. ¿Por qué tan poco material de un autor tan obviamente brillante? ¿Era cierto que el pérfido Arthur Lee imponía sus propias canciones en perjuicio de las composiciones de MacLean? Y si era así, ¿dónde estaban esas canciones? ¿Se llegaron a grabar? Bueno, pues un feliz hallazgo de Elizabeth McKee, la madre de Bryan (y de Maria McKee, por cierto) y el interés de Bob Irwin por esas cassettes, respondió en 1997 a casi todas esas preguntas. De las 14 canciones seleccionadas sólo tres eran conocidas (‘Orange Skies’, ‘Alone Again Or’ y ‘Old Man’, las tres aparecidas en los discos de Love ‘Da Capo’ y ‘Forever Changes’). El resto, todo material compuesto entre 1965 y 1967, eran canciones inéditas. Elizabeth llevó las cintas a Irwin, que aceptó entusiasmado editarlas después de un cuidadoso trabajo de restauración sonora y masterización.

Algunos críticos han llamado a ‘Ifyoubelivein’ el disco perdido de Love, y puede uno muy bien considerarlo así, tratando de imaginar cómo habrían sonado muchas de estas canciones en manos del grupo y grabadas con ayuda de los productores y arreglistas que hicieron de esos discos de Love (especialmente ‘Da Capo’ y ‘Forever Changes’) los clásicos que son hoy en día. Pero quizá sea más ajustado a la realidad considerar esta colección de maquetas como el disco en solitario de MacLean que nunca fue: de hecho, la mayoría de ellas eran un primer apunte para el proyecto frustrado de su primer disco en solitario, que iba a publicar el sello Elektra (el mismo de Love, y que acababa de fichar a los Doors por recomendación de Arthur Lee). Era 1968 y la formación clásica del grupo se acababa de separar, momento perfecto para rescatar a este diamante en bruto. Pero a Jac Holzman, fundador del sello, estas demos le parecieron “demasiado fragmentadas”, y el proyecto terminó aparcándose. Y es cierto que algo de esa fragmentación se percibe en la riqueza y variedad de estas canciones a guitarra acústica y voz, en las que Holzman pareció no ver una dirección musical clara.

El disco comienza con ‘Barber John’, un inicio a dos acordes arpegiados, de sonido mágico, a los que enseguida ilumina la voz de Bryan, esa voz que tan poco habíamos podido oír en los discos de Love: de intenso tono con resonancias folkies, con un vibrato y un timbre hermosos, el sonido de un chico de coro que ha crecido para convertirse en un hombre.

Pero la guitarra también maravilla al oído: un estilo inconfundible, percusivo y arpegiado a la vez, que se acelera y enfurece en las partes más intensas de las canciones y se detiene y acaricia en las más reposadas. Elementos todos estos para construir el retrato de un barbero de aire hipster que según se cuenta en las notas del disco es real y trabajaba en Nueva York, donde MacLean, 100% californiano, vivió brevemente: “escucha a John el Barbero, él conoce los sitios y a la gente más ‘cool’, es el tipo más ‘cool’ que conozco / y supongo que realmente me gusta también, siempre acabo recurriendo a él si necesito buenos consejos”. Un acorde totalmente distinto concluye la canción, conduciéndonos a la placidez de ‘Fresh Hope’: de nuevo alternancia entre arpegios y rasgueos, pero en un compás inusual, muy propio del autor, sobre una letra de optimismo casi adolescente.

‘Kathleen’ es la segunda gran joya del disco, que después de tan sólo tres canciones prueba de sobra que estamos ante una de las grandes voces perdidas de los 60 y 70, con un bellísimo vibrato de ruiseñor, que podría haber competido sin demérito con gente como Tim Buckley. En su sencillez y con ese evocador eco, la canción suena totalmente a Love, con sus variaciones de tono vocal, sus legendarios e inusuales cambios de acordes (especialmente en el verso “Your pretty eyes are full of tears”), y el tipo de arpegios y melodías que influyeron a gente como Alasdair MacLean de The Clientele, como comentábamos en nuestra anterior entrega. Por desgracia, se convertiría en otra de esas canciones de las que cuenta Bryan en las notas del disco que “es así como Arthur Lee las oyó, a guitarra y voz, y siempre decía que eran geniales. Y después nunca había sitio en el disco para ellas”.

La romántica letra, muy breve en los dos minutos que dura la canción, llora una pérdida: “Kathleen, si pudiese hablar contigo (…) nunca pensé que te irías de mi lado / Ese feo pensamiento nunca cruzó mi mente”. Sin embargo, se produce un ligero chasco al averiguar que estaba dedicada a su perra, que había fallecido poco antes de componer la canción, un labrador que vivía con él en The Castle, la casa que compartía el grupo Love en Los Ángeles. No es el único caso ni de lejos en la historia del pop, pero quizá sabe a poco en un autor cuyas novias incluyeron Liza Minelli o Jackie DeShannon.

Arthur Lee sí vio sitio en ‘Da Capo’ para ‘Orange Skies’, sin embargo. Imposible ignorar esa pequeña obra maestra que combinaba elementos de jazz, bossa nova, folk y los musicales de Broadway a los que Bryan era tan aficionado. Sin embargo, Lee acabó cantando la canción. En el libro ‘Forever Changes: Arthur Lee and the Book of Love‘, tanto el productor Bruce Botnik como Johnny Echols, el otro guitarrista de Love, niegan que se le prohibiera cantar a MacLean. El uno habla de “más proyección en la voz de Arthur, lo que la hacía más apropiada”, y el otro de la imposibilidad de Bryan para tocar con cejilla, “lo que dejó a la canción en un tono que en el que no podía cantar”. Sin embargo MacLean afirma en las notas del disco que “fue la vez que más cerca estuve de acabar a puñetazos con Arthur. Me pareció que no afinaba bien, no la cantó bien. Pero era habitual en él”. Sea como fuere, la versión de Bryan tiene una melancolía inigualable, a pesar de la aparente felicidad de la letra (“Sí, me haces feliz / riendo, contenta, y llena de júbilo”), que la aleja de la atmósfera más hippy de la original.

Para el que suscribe, una versión claramente superior. Arthur Lee hace un buen trabajo imitando el estilo vocal de MacLean (a su vez basado en el de Johnny Mathis), pero no alcanza la belleza de esta maqueta, o de la otra (en ‘Ifyoubelievein’ aparecen las dos, una grabada en 1966 y la otra en 1982, más aguda, peor grabada, pero igualmente bella). De hecho no pocos autores sostienen que Arthur Lee se apropió más o menos del estilo vocal de MacLean a partir de ‘Da Capo’, e hizo algo parecido con su estilo de componer, sus cambios de acorde inusuales y sus aires aflamencados. Bryan, en las notas de este disco: “Mientras viví en The Castle Arthur entraba y salía de mi habitación mientras yo componía”. Así, en canciones como ‘The Castle’ o ‘Qué Vida’ él absorbió elementos de su música, como su interés por el flamenco o los musicales de Broadway. “Cogía mis ideas y hacía su propia versión de ellas. En parte eso es lo que hizo tan interesante el sonido del grupo. Hay un tipo copiándome a la vez que yo trato de copiar a Richard Rodgers y Fritz Lowe”.

Tras ‘Strong Commitment’, una pieza de afinación abierta con compás jazzy (5/4), aparece la grabación casera más antigua conservada de ‘Alone Again Or’, registrada en 1972. Al igual que con ‘Orange Skies’, al final del disco aparece una versión de 1982. Escuchar al autor de este clásico tocando la canción en su apartamento (¡bocinas de coche en el segundo 20!) de forma muy apasionada, ejecutando esa introducción arpegiada, rasgueando esos acordes de ecos españoles, cinco años después de la mítica grabación, resulta muy emocionante: el reflejo de alguien que todavía tiene que asimilar todo aquello y que a la vez (muy claramente) disfruta enormemente tocándola. Las variaciones vocales son exquisitas, como cuando en el minuto 3:00 dota a la melodía de unos aires aflamencados. Además, gracias al disco en 1997 salía a la luz por fin la auténtica melodía de la canción: Bryan siempre se quejó de que en la mezcla final Bruce Botnik había puesto la voz de Arthur Lee (que hacía la armonía) por encima de la suya (que hacía la principal). Aunque en algunas partes las voces casi hacían un unísono, en la “nueva” versión la melodía tiene mucho más sentido y es aún más bonita, en especial en el estribillo/conclusión (“And I will be alone again tonight my dear”). Esta demo muestra también que la estructura, el arreglo base de la canción eran totalmente de Bryan. Y eso incluye las hermosas orquestaciones de la versión de Love. Bryan: “Conversando con el arreglista David Ange, le hice referencias específicas a Rimsky-Korsakov y el Caprich Español. Era uno de los grandes orquestadores. Y le dije a ver si era posible conseguir cuerdas con ese sonido barroco, al estilo de Franz Joseph Hayden por debajo de esa trompeta. Las notas de trompeta eran de él, pero esa fue mi contribución, fundir esos dos conceptos. Y ese fue el momento en el que fui más feliz en todo el tiempo que estuve en el grupo, cuando hicimos el arreglo orquestal de esta canción”.

La vaguedad algo caprichosa de la letra no llega a desmerecer ni siquiera en esta versión más cruda. MacLean siempre se mostró algo avergonzado de versos como “I think that people are the greatest fun”, afirmando que “mis amigos más leídos me tomaban el pelo”, pero en su simplicidad un tanto naïf (que se puede extender a buena parte de las letras de este disco) acabaron convirtiéndose en un clásico de la psicodelia hippy.

Tired of Sitting’ es otra pieza con muchas posibilidades para ese disco en solitario que nunca llegó, con sus aires de folk psicodélico y el propio Bryan haciéndose unas armonías vocales muy de la época. De nuevo, fascinantes cambios de tempo y una destreza a la guitarra rítmica muy poco reconocida por los críticos. La misma destreza que conduce en volandas la fascinante ‘Blues Singer’, pieza en la que MacLean reflexiona “sobre cómo un cantante puede tocar una parte espiritual del oyente a la que el habla no llega”: un ritmo casi funk y partes vocales muy influenciadas por el jazz, con ‘scat’ incluido. Como exhibición del potencial de MacLean, no tiene precio. Quizá este tipo de digresiones estilísticas son las que no acabaron de convencer a Elektra durante aquellos meses de 1968 en los que intentó sacar adelante su proyecto en solitario. Aunque como contaba su madre en una entrevista de hace unos años, la realidad nunca es tan sencilla: “Estaba bastante perjudicado. Era horrible. Acabaron contratando a un tipo para que le impidiese beber. Su vida estaba convirtiéndose en un «lost weekend» indefinido, lleno de sobredosis y arrestos por desorden público”.

‘Friday’s party’, grabada en 1982 pero que data de los tiempos de Love, es otro de esos clásicos de Love que nunca lo fueron, otra joya caída por en favor de las composiciones de Arthur Lee. Una pieza bellísima que presenta a un MacLean desencantado con las reuniones sociales en las que “en poco tiempo estaremos todos en el suelo”. El estribillo es concluyente: “¿No podéis ver que ya no es divertido? Levantaos y salid por la puerta”.

De parecida temática es ‘People’, un apunte sobre los problemas para relacionarse de Bryan. La canta con displicencia, como tratando de expresar su frustración por tenerse que relacionar con la gente, o al menos cierta gente. (“Hay que relacionarse / Si quisiera aprender acerca de la gente / La gente está por todas partes”). La dulzura vuelve con la romántica ‘Claudia’. Con sus intervalos y acordes jazzy, la canción se aleja de las formas típicas del pop y el folk y refleja una influencia, de nuevo, de los musicales de Rogers y Hammerstein antes mencionados, que tanto le influenciaron en su infancia junto con el flamenco, como ya hemos comentado. No en vano su madre era bailarina de flamenco profesional y Bryan estuvo recibiendo clases del guitarrista de su grupo, aunque las encontró demasiado difíciles. Sin embargo algo quedó, evidentemente, que traspasó hasta la música popular a través de MacLean.

Ifyoubelievein’, grabada en 1982, también habría sonado excelentemente en un disco con arreglos de banda, otra melodía brillante y un tempo galopante, casi épico, con cambios melódicos siempre interesantes. La canción nos conduce al epílogo del disco, que se inicia con las dos versiones alternativas ya mencionadas de ‘Orange Skies’ y ‘Alone Again Or’, ambas revisiones de 1982. Para las dos piezas finales, un regreso monumentalmente melancólico a 1966. En primer lugar, ‘She Looks Good’, otra meditación acústica llena de cambios de acordes fascinantes, y otra más de las joyas desenterradas en este disco. No es difícil imaginársela sonando en ‘Da Capo’.

Tras esta excepcional canción, un clásico injustamente perdido, el disco concluye con ‘Old Man’, la segunda canción que MacLean consiguió meter en ‘Forever Changes’, y la única que pudo cantar. Si en la original sonaba tímido, casi un poco atemorizado, si bien su voz rodeada de orquestaciones y pianos suena bellísima, en esta demo, de cadencia mucho más reposada, se deleita en la melodía acelerando el ritmo y ralentizándolo para dar énfasis a cada parte, y suena mucho más seguro, disfrutando de la interpretación de esta pieza sobre un «viejo» ausente (su padre abandonó la familia cuando él era pequeño y se relacionaban poco). MacLean: “no había ningún «viejo» pero creo que yo deseaba que hubiese uno. Quería un mentor, un guía. Tenía el síndrome del padre-que-me-abandonó”.

Así concluye esta esclarecedora colección de canciones que brillan con la luz de algo secreto que por suerte no desapareció en un cubo de la basura. La errática vida de MacLean, que tristemente falleció al año de su publicación, y que pudo por tanto disfrutar de las elogiosas críticas del disco, bien podría haber provocado su desaparición. Él mismo admitía en las notas del disco que sus fracasos personales fueron el obstáculo que le impidieron sacar adelante su carrera musical, más allá de la negativa del sello Elektra: “No estaba listo para lanzarme en solitario. No podía ser un Tim Buckley. Tenéis que entender que tenía un concepto bastante bajo de mi forma de cantar, de componer. Venía de la baja autoestima. Todas las referencias a la disfuncionalidad que actualmente son parte de la cultura popular… para mí eran muy reales”.

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Publicado por
Jaime Cristóbal