Después de la (floja) secuela (‘Porno’, 2002), llega la precuela. Cuenta Welsh que ‘Skagboys’ (Anagrama) -que se puede traducir como ‘Los chicos del jaco’- nació de su deseo de escribir sobre los años 80, sobre el thatcherismo y cómo éste trasformó para siempre la realidad sociopolítica británica. Y quién mejor que los personajes de ‘Trainspotting’, víctimas colaterales de la Dama de Hierro, para protagonizar este fresco histórico.
Estamos en Edimburgo, en los inicios de la década de los 80. Estallan las huelgas mineras (el comienzo del libro es excelente) y el paro crece a un ritmo enloquecido. La heroína y el sida empiezan a circular de forma masiva por las venas de los hijos de las cada vez más empobrecidas clases trabajadoras. En este sentido, ‘Skagboys’ puede leerse como un ‘Trainspotting’ con conciencia política, una ampliación del campo de batalla donde el contexto sociopolítico cobra mucha más importancia. “Quería explicar cómo los personajes habían llegado hasta ahí, pero deseaba complementar las voces y las circunstancias familiares dando un pequeño sorbo al tema político”.
La novela combina las distintas voces de los personajes, la mayoría en primera persona, con las páginas de un diario (el “diario de rehabilitación” de Mark Renton) y la inclusión de notas informativas (“notas sobre una epidemia”) que describen la realidad sociopolítica del momento. Welsh vuelve a ponerse la camiseta de hooligan para escupir una historia llena de sexo, violencia, iniciación a las drogas (“hace que las cosas no solo estén bien, sino del todo bien”), humor escatológico, dramones sociales y jerga incomprensible (la traducción de Federico Corriente, plagada de imprescindibles notas aclaratorias, es fabulosa).
‘Skagboys’ es una novela mucho más ambiciosa que ‘Trainspotting’, mejor escrita incluso, pero –supongo que estará harto de que se lo digan- sin la frescura y la energía arrebatadora de aquella. Welsh demuestra su capacidad para la descripción de ambientes y su talento para el lenguaje callejero y los diálogos llenos de réplicas ingeniosas, pero la sensación de repetición, de casi autoremake con coartada intelectual, es demasiado acusada. Conocer cómo se engancharon a la heroína Renton, Spud o Sick Boy tiene su gracia, pero para un rato. Setecientas páginas es demasiado chute. 6,9.