Su discurso más evidente (demasiado evidente) es el de la parábola política y social. Una provocadora y muy poco sutil fábula sobre los valores de la sociedad burguesa que tiene más de pedrada a sucursal bancaria que de proclama incendiaria de largo alcance. Por mucho que los admire, Warmerdam no es Buñuel ni Pasolini. Ni siquiera el griego Giorgos Lanthimos. Ni tampoco el Haneke de ‘Funny Games’ (1997), con la que ‘Borgman’ tiene también más de un punto de contacto. Un padre violento y racista, una madre con mala conciencia burguesa, unos hijos rubios, guapos y sanos, y una casa-bunker donde refugiarse de las amenazas externas. O, lo que es lo mismo, estereotipos y metáforas más obvias que el spot de una campaña electoral.
Pero, por debajo de este texto principal, se desliza un subtexto mucho más sugerente y con claras referencias al cine fantástico. ‘Borgman’ se puede leer como una película de vampiros, como un relato satírico sobre seres demoníacos que, como ocurre en el Drácula literario, buscan socavar el orden burgués. ¿Quién es ese cura armado que aparece al principio del filme sino un Van Helsing en busca de vampiros enterrados en las profundidades del bosque?
Seres demoníacos que enlazan también con la tradición medieval de los íncubos, el mito del demonio que se posa encima de una mujer mientras duerme para tener relaciones sexuales con ella. En dos ocasiones el protagonista de ‘Borgman’ aparece desnudo encima de la madre en una posición que remite al famoso cuadro de Johann Heinrich Füssli.
Distintas lecturas para un desconcertante filme que proporciona pocas explicaciones y mucho simbolismo extravagante, pero ofrece imágenes imborrables (los cadáveres boca abajo en el fondo del lago) y estimulantes elementos para el debate. 7.