«La violencia es el recurso más rápido y directo del que disponen las clases más desfavorecidas para recuperar la dignidad perdida», comentó el director en Cannes. Y eso es un ‘Un toque de violencia’: cuatro historias ambientadas en cuatro provincias distintas sobre cuatro “toques de violencia” basados en cuatro casos reales: un minero harto de la corrupción que impera en su pueblo, la recepcionista de una sauna encolerizada por la agresión de un cliente rico, un joven desesperado por la precariedad laboral y un padre de familia convertido en atracador.
¿Qué ha querido hacer Zhang-ke en su nueva película? ¿Un wuxia político? ¿Una fábula sociopolítica con toques de cine de género? Esa indeterminación podría haber dado lugar a una estimulante mezcla de estilos. Pero no. La película no funciona como wuxia contemporáneo porque le falta acción, ritmo y eficacia narrativa. Como retrato de las contradicciones de un país en plena transformación resulta más acertado, pero carece de la profundidad y sutileza de sus películas anteriores. Y como llamada a la acción le falta algo de nervio y capacidad de convocatoria.
A pesar de ello, de quedarse un poco en tierra de nadie, la película tiene una virtud innegable: su fabulosa puesta en escena. El estilo visual y la composición de los planos son magníficos. El director demuestra su capacidad para crear encuadres repletos de sugerencias, significados, resonancias y rimas visuales. Muchos de esos significados se nos escapan a los espectadores de fuera de China, pero en su país se han dado por bien enterados. Tanto que el gobierno chino prohibió su estreno en cines y su comercialización en dvd. Otro “toque de violencia”. 7.