‘Una cita para el verano’, azucarada traslación del original ‘Jack Goes Boating’, es la adaptación de la obra de teatro homónima que se estrenó en 2007 en el off-Broadway. La obra, uno de los grandes éxitos de la Labyrinth Theater Company, fue interpretada por los mismos actores de la película: Philip Seymour Hoffman, John Ortiz y Daphne Rubin Vega; salvo la incorporación de la siempre estupenda Amy Ryan (‘The Wire’, ‘The Office’).
Apoyándose en la música de Grizzly Bear y en una fabulosa selección de canciones (‘White Winter Hymnal’ de Fleet Foxes, ‘Eat Yourself’ de Goldfrapp, ‘Where is My Love’ de Cat Power…), Seymour Hoffman realizó una adaptación de pretensiones modestas pero de resultados notables. El actor optó por elaborar una puesta en escena invisible (quizá demasiado funcional y de sobada retórica Sundance), otorgando todo el protagonismo al guión (una conmovedora historia de amor y una dolorosa historia de desamor) y a sus intérpretes (todos excelentes).
Pero quizá lo que más sorprende de ‘Una cita para el verano’ es la enorme capacidad que demuestra Hoffman para dirigirse a sí mismo. Lo habitual es que cuando un actor, sobre todo si tiene tendencia al histrionismo, protagoniza la película que él mismo dirige, el resultado sea un festival de muecas y aspavientos que el director ha confundido con signos de expresividad. Ejemplos hay muchos -las películas dirigidas por Jack Nicholson o Al Pacino- pero quizá el gran monumento a esta tendencia sea ‘August’ (1996), el debut en la dirección de Anthony Hopkins. Sin embargo, Hoffman no solo no cayó en ese tipo de funesto narcisismo, sino que logró construir un personaje inolvidable en la que quizá sea una de las mejores interpretaciones de su sobresaliente carrera. 8,5.