‘El congreso’: Robin Wright vende su alma (escaneada) a Hollywood

Abrir la boca de asombro y torcer el gesto en señal de reproche. Continuamente. Hasta varias veces en una misma secuencia. Eso es lo que provoca (o me provoca) la visión de ‘El congreso’, la nueva película de Ari Folman, conocido por la excepcional ‘Vals con Bashir’ (2008).

Abrir la boca de asombro y admiración ante la fabulosa interpretación de Robin Wright y su capacidad para “reírse” de su propia carrera cinematográfica; al escuchar la maravillosa banda sonora de Max Richter, capaz de hacerte volar como la cometa roja del niño protagonista; al ver secuencias de animación tan expresivas y sobrecogedoras como la que transcurre a oscuras en la habitación del hotel donde se celebra el congreso; o ante las lúcidas, fáusticas y distópicas reflexiones sobre el futuro del cine y sus actores.

Pero también torcer el gesto ante chistes tan facilones como llamar Miramount (acrónimo de Miramax y Paramount) al estudio que “contrata” a Robin Wright; al ver el manoseado tratamiento visual y el estilismo homeless elegido para representar la gris realidad del futuro; o al comprobar cómo una película que busca cierta sofisticación narrativa sigue echando mano de convenciones de la ciencia ficción tan gastadas como el uso de una píldora para pasar de una realidad a otra.

En este sentido, ‘El congreso’, adaptación muy libre de ‘Congreso de futurología’ (Alianza) de Stanislaw Lem, es una película tan fascinante como fallida, tan sólida (la primera parte) como errática (la segunda). Quizá su estilo narrativo, próximo a la disolución, sea coherente con lo que narra: un viaje hacia la irrealidad. Pero como espectador ese viaje “químico”, animado como un homenaje a los hermanos Fleischer (Betty Boop, Popeye), acaba resultando tan estimulante como ver parpadear un semáforo. La secuencia final, enigmática y conmovedora, es un último ejemplo de lo que ‘El congreso’ podría haber sido y no es: una película asombrosa. 7.

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Publicado por
Joric
Tags: el congreso