Uno duda al principio al enfrentarse a escribir unas líneas sobre el sorprendentemente (no creo que nadie lo viera venir, honestamente) exitoso debut de Royal Blood. ¿Me dejo llevar por el entusiasmo de que, al fin, un álbum de puro rock firmado por unos debutantes logre ser un superventas? ¿O aplico ese cinismo tan frecuente en la última crítica musical afeándoles su falta de originalidad y ninguneando a sus cada vez más numerosos fans (apuesto a que en España se multiplicarán tras su show de este fin de semana en el festival DCode)? Y, como siempre, lo más razonable parece aislarse de esos accesorios y limitarse a juzgar ‘Royal Blood’ por sus meros logros artísticos.
Lo del dúo de Brighton es rock del siglo XXI en la forma de un deslumbrante nuevo monstruo de Frankenstein musical, elaborado a partir de retazos de la historia del rock desde los orígenes del blues hasta hoy. Los jóvenes Mike Kerr y Ben Thatcher, con la inestimable producción de un Tom Dalgety que ha demostrado en sus trabajos para Killing Joke, Band Of Skulls o Dinosaur Pile-Up ser un as en el género, son el alma de este ser en el que pueden vislumbrarse rasgos de Led Zeppelin (ineludibles), The White Stripes, Muse, The Hives o Queens Of The Stone Age. Lo cierto es que, dados los innumerables referentes musicales que vienen a la mente, la suya es una propuesta de lo más manida. ¿Dónde puede estar, pues, la baza ganadora de Royal Blood?
La pareja traslada en sus versiones de estudio toda esa poderosa energía que, dicen, despliegan en directo, conservando vigor, músculo y, sobre todo, una frescura que, a pesar del sonido perfectamente pulido, prevalece en un disco rocoso y (nuevo acierto) breve. Su poco más de media hora pasa en un suspiro con canciones tan certeras como ‘Figure It Out’, ‘Out Of The Black’, ‘Ten Tonne Skeleton’ o ‘Careless’, cuyos riffs y estribillos parecen un concurso de nuevas propuestas para suceder a ‘Seven Nation Army’ como himno rock de esta década. Por supuesto, tiene sus flaquezas (‘Come On Over’ y ‘You Can Be So Cruel’ se quedan algo por debajo del buen nivel general), pero en general es un disco que se digiere fácilmente y con gusto.
Pero hay algo más, algo no tan palpable, que llega al oyente de forma más sibilina y que, quizá, da una explicación sobre su inesperado éxito comercial. Y no, no estoy hablando de que compartan management con Arctic Monkeys, pero sí tiene que ver con estos. Me refiero a que, como la banda de Sheffield, este dúo acierta a recuperar ese componente sexual inherente al rock que, desde sus orígenes, le han hecho irresistible y que a menudo se olvida. Salvando las distancias con tan ilustres referentes, se trata de ese plus que sabían dar Elvis, Robert Plant, Bo Diddley o el propio Jack White, esa especie de insinuación constante que se articula en el sinuoso sonido de las guitarras, en la potencia de la batería o en la forma de articular la voz. Es algo que está en ‘Royal Blood’ y que se hace especialmente notorio en medios tiempos como ‘Blood Hands’ o ‘Better Strangers’, con el meloso timbre de Kerr como protagonista. En una era en la que el cetro del pop lo ostentan mujeres híper sexualizadas, parecía obvio que el rock tenía que volver a ser sexy.