La gran ilusión del indie rock

A estas alturas de la película deberemos admitir que el presunto ejemplo de grupo normal que es Yo La Tengo… es de todo menos eso. Detrás de su presunta dejadez estética y aún más presunto amateurismo se esconde un espíritu perfeccionista y obsesivo por el detalle (ensayan todos los días de la semana, sin excepción), además de unas ideas claras que les imponen un código musical estricto y que nunca ha sido quebrantado.

Por eso resulta fascinante la biografía de Jesse Jarnow sin que apenas salga de lo musical: una de las escasas referencias a las drogas es cuando Ira Kaplan probó la marihuana por primera vez, en ningún momento se menciona problema alguno en su relación –de tres décadas ya– con Georgia Hubley y la situación más truculenta que se describe es cuando James McNew vio a un tipo morir en el coche mientras trabajaba en la garita de un aparcamiento.

Así, este libro se centra en contar cómo va creciendo el grupo de una forma natural, a la chita callando, desde sus inicios, cuando el pánico les impedía articular voz alguna sobre el escenario, hasta el momento en que se midieron de igual a igual con los experimentados músicos de jazz de la Sun Ra Arkestra.

Jarnow nos muestra a un Kaplan fácilmente irascible cuando las cosas no salen como él quiere: es de suponer, aunque no lo mencione, que el problema que tuvo Yo La Tengo con los bajistas hasta que llegó James McNew –a quien el autor define como extremadamente tranquilo, además de un talento musical natural– tenga mucho que ver con esa faceta de su personalidad.

Por su parte, Georgia es la de mayor ambición artística, no en vano es hija de dibujantes de cine de animación, que además tienen una fuerte conciencia progresista: su padre, creador de Mr. Magoo, fue incluido en la lista negra de Hollywood. A este respecto, resulta llamativo cómo Jarnow habla del ambiente “izquierdoso” en que se mueven los miembros de Yo La Tengo casi como si se tratara de algo pintoresco.

Pero, como el título indica, la historia del grupo es solo una parte. La otra es la del auge del indie estadounidense tal y como lo entendemos hoy en día. Una escena musical nacida a caballo entre Nueva York y Nueva Jersey, con un fuerte sentimiento de hermanamiento, ayudado por la potencia de las radios universitarias y los fanzines. Resulta sorprendente cómo algunos de estos últimos se profesionalizan y tienen capacidad hasta para mandar a redactores (como Ira Kaplan, en su momento) a la otra punta del país por una entrevista.

Esta parte, no obstante, es indisoluble de la historia de la banda predilecta de Hoboken: el sello Matador, la radio universitaria WFMU, la sala de conciertos Maxwell’s y la fauna que congrega, fiel como la de una iglesia. En ‘Big Day Coming’ las relaciones personales son tanto o más importantes que cualquier otro elemento: quien programa el concierto, quien te graba, quien te publica y distribuye el disco, quien te lo vende, quien te hace una entrevista, todos te conocen de forma personal. Años de conocer y compartir son la base de aquellos grupos que, formados en los años 80, estallarán en la década siguiente.

Y es que el estallido comercial del indie es el corazón del libro: las «majors» discográficas empiezan a darse cuenta de toda la escena congregada alrededor de las radios universitarias y se lanzan a fichar bandas como locos, promocionarlas… e intentar cambiarlas. Tampoco es que corran los millones: no hay hoteles de lujo, drogas y groupies esperando en la puerta de los camerinos. Y, al final, acaba la ilusión y nos damos cuenta de que el cacareado éxito del indie rock solo perteneció, en verdad, a R.E.M. y Nirvana, con pequeñas victorias puntuales (Pavement, Pixies, los propios Yo La Tengo con ‘I Can Hear the Heart Beating as One’).

‘Big Day Coming’ finaliza 30 años después de los primeros coletazos de la generación indie: ahora, el New York Rocker ha dejado paso a Pitchfork, Matador a Merge y R.E.M. a Arcade Fire. El South by Southwest (festival que no cuenta con el afecto de los chicos de Kaplan) se ha convertido en un monstruo que lo engulle todo y el mundo parece diferente gracias a internet. Sin embargo, el caldo de cultivo de una escena musical, el cara a cara, las salas de conciertos y las ganas de hacer cosas, sigue siendo el mismo. Por eso, la historia que cuenta Jarnow, a pesar de las constantes –y para el lector ajeno, algo aburridas– referencias al softball o a los clubes de comedia, resulta tan cercana.

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Publicado por
Marcos Domínguez
Tags: yo la tengo