Después de casi cuatro décadas, los hermanos Dardenne siguen a lo suyo: haciendo el mejor cine de contenido social que puedes ver en la actualidad. Es cierto que, desde películas como ‘Rosetta’ (1999) o ‘El hijo’ (2002), han suavizado el rigor de su dispositivo formal. Quizá hayan perdido algo de contundencia expresiva pero, sin embargo, han ganado en claridad expositiva. Claridad, no énfasis dogmático. Si algo distingue el compromiso social y humano de los Dardenne es su capacidad para exponerlo en sus películas con sutileza, evitando el discurso panfletario, el mensaje aleccionador en negrita y subrayado.
‘Dos días, una noche’ nos presenta un perverso dilema ético -despedir a una compañera o perder 1.000 euros- que para su protagonista, una frágil y conmovedora Marion Cotillard, se convierte casi en un combate épico. Una lucha titánica para conservar su puesto de trabajo, su dignidad y, sobre todo, para apuntalar su quebradiza autoestima, para superar sus ganas de meterse en la cama a las siete de la tarde. Los directores tienen la habilidad de, como su protagonista, no juzgar a los demás, de empatizar, de entender. De poner al espectador en el lugar de ella, pero también en el de los otros. “Ponte en mi lugar”, dice ella a lo largo del filme. “Ponte en el mío”, contestan ellos. Y de eso se trata: de empatía, de simpatía, de solidaridad.
Pero, además, por debajo de ese conflicto ético –que al acabar la película nos hace preguntar al de al lado: «¿tú que harías?»- se desliza una hermosa historia de amor. Un amor, el de Manu, el marido de la protagonista, representado por dos de los pilares que lo sustentan: el apoyo y la paciencia. ‘Dos días, una noche’ se convierte así en un luminoso canto a la solidaridad obrera, sí, pero también al de la pareja. 8,7.