Pero la franquicia no solo superó el reto de mantener arriba el tirón con su segunda parte gracias a la inclusión de una curiosa vuelta de tuerca que unía en un mismo concepto a zombies y poseídos; sino que también se permitió el lujo de ofrecernos una de las mejores terceras partes jamás rodadas en la historia del cine tomando la acertadísima decisión de abandonar el terror angustioso de las anteriores entregas (el factor sorpresa ya estaba perdido) y cambiarlo por un humor negrísimo y cañí que dio a la franquicia el oxígeno y la frescura necesaria para mantenerla viva.
Normal que, ante este impecable evolución, las expectativas fueran altas con la llegada de una cuarta entrega que, por desgracia, se ha confirmado como la peor de todas. Y es que en lugar de molestarse en buscar una forma de sorprendernos como ya ocurrió en las anteriores partes, en esta ocasión sales del cine con la sensación de que Jaume Balagueró ha estado un poco vago limitándose a recoger un poquito de todo aquello que hizo buena cada película previa para que, una vez juntado, el cóctel funcionara. Pero aunque los ingredientes siguen siendo buenos, la mezcla final falla.
Claro que más que en un error de dirección (Balagueró vuelve a darnos una masterclass sobre cómo rodar una cinta de terror aunque en la dirección de actores no haya sabido poner freno a la sobreactuación y los diálogos declamados a gritos), el problema lo encontramos en el guión, cuyas tramas, como los personajes que las habitan, discurren en su mayoría por atajos fáciles que dejan sobre la mesa varias incógnitas sin responder que los fans esperábamos que por fin se resolvieran.
Pero como decíamos, igual este Apocalipsis marítimo se queda algo descafeinado más por culpa de nuestras expectativas que por otra cosa. Sería injusto no reconocer que como filme de miedo al uso con el que pasar hora y media entretenido funciona de sobra. Sí que se echa en falta ambición por trascender más allá del susto rápido y las vísceras. Qué le vamos a hacer, no se puede estar siempre tan arriba…
¿Lo mejor? Que aparte de ver a Manuela Velasco convertida por fin en la Teniente Ripley española (‘Alien’ es una constante inspiración en toda la película), el espectador redescubre el talento interpretativo de María Alfonsa Rosso. Su personaje de anciana desorientada roba cada escena en la que abre la boca. Si gracias a esta película podemos verla más en pantalla grande todo habrá merecido la pena, porque como cierre de saga, nos seguimos quedando con la tercera. 5.