A diferencia de las estilizadas historias de venganza que han dominado el género en los últimos tiempos -de Tarantino a Park Chan-wook, de ‘Irreversible’ a ‘Solo Dios perdona‘-, ‘Blue Ruin’ hace de la sequedad argumental, la sobriedad expositiva y el verismo desmitificador su mayor reclamo. En el mundo que describe Saulnier las heridas no se las cura uno mismo como si fuera un experto cirujano, los planes de venganza no se ejecutan al milímetro como si no existieran los imprevistos, y la gente no maneja las armas como si fueran francotiradores en Irak. Las heridas duelen y se infectan, los planes se van al traste y las balas impactan en sitios donde creías no haber apuntado.
Más que un thriller al uso, ‘Blue Ruin’ es como un western contemporáneo. Una historia de odios y venganzas, de gente corriente que guarda armas en los cajones, y donde, como en el salvaje oeste, la policía apenas interviene. El director parece decirnos que, en realidad, su país no ha cambiado tanto; que sigue siendo el mismo desde los tiempos en que las disputas entre familias se dirimían a tiros en ciudades y pueblos “sin ley”.
Quizá la mayor pega de la película es que su tacañería argumental, ese misterio que al principio envuelve al protagonista por la falta de información proporcionada al espectador, acabe siendo más una pose que una decisión justificada narrativamente. ¿Para qué tanto misterio si después no hay nada extraordinario que desvelar? ¿Por qué darle un artificioso toque enigmático a una película que hace del realismo su razón de ser? 7,2.