Aunque en principio podía parecer un lugar propicio, celebrar un festival de música en un recinto ferial (donde, durante tres días, había tenido lugar la parte de charlas y exposiciones del evento) tiene sus inconvenientes: caminar por corredores enormes casi a oscuras para alcanzar los escenarios, urinarios portátiles colocados junto a los pasillos, a plena luz de los focos, y el sonido rebotando contra las paredes, haciendo difícil encontrar una experiencia óptima para los oídos. No obstante, Thurston Moore sacó uno de los mejores sonidos del festival, con una propuesta, la de su último disco, ‘The Best Day’, calcada a la de Sonic Youth. Sin ir más lejos, estaba acompañado por Steve Shelley, batería inamovible de la banda, además de por James Sedward (guitarra) y Deb Googe (bajo). Ruido, desarrollos instrumentales, contundencia rítmica y sobriedad fueron los pilares de su concierto, en el que, aprovechando la fecha, acabó lanzando caramelos al público en la noche de Halloween, aunque solo una mínima parte de él fuera disfrazado.
Anna Calvi actuaba en el escenario Teatro, donde habían colocado unas gradas para poder ver los conciertos sentado. Un reto para la artista, ya que la anchura del foso que separaba los asientos del escenario (no menor de cinco metros) daba una frialdad extra al recinto. Sin embargo, fueron los problemas de sonido los que más afectaron a su concierto. Aunque en principio la experiencia de dicho escenario se presuponía la más exquisita, resultó ser el de peor acústica del festival. Con una blusa blanca y pantalón negro, Calvi hizo un concierto correcto pero, quizá por todas las causas arriba mencionadas, algo frío, centrándose en sus dos discos y obviando su reciente EP, en el que colabora David Byrne. Una pena.
El siguiente artista en dicho escenario era The Divine Comedy. Con barba y gafas de sol, esta vez Neil Hannon estuvo acompañado de banda, al contrario que en la gira de su demasiado lejano último disco (‘Bang Goes the Knighthood’), donde estaba él solo y un piano de cola, con una ocasional guitarra. Con un dedo roto (hasta enseñó una fotocopia de la radiografía, que luego entregó a un afortunado asistente), sus compañeros de banda tuvieron que suplir la ausencia de su guitarra, lo que dejó algún momento descompensado (‘A Lady of a Certain Age’, donde el punteo de las seis cuerdas es protagonista). Las tablas de la banda se demostraron, y Neil Hannon sacó todo su buen hacer de showman en el escenario, sin parar de hacer comentarios graciosos y reírse de sí mismo para amenizar la velada. Pero a pesar de su portentosa voz, el directo quedó algo deslavazado. El detalle emocionante del festival, sin embargo, le corresponde: abrió su set con ‘Sunrise’, tema de su disco ‘Fin de siecle’ (1998) en el que hablaba del conflicto norirlandés (ese año se firmaron los Acuerdos de Viernes Santo que ponían fin a la violencia en el Ulster). No tuvo que decir nada más, todo el mundo entendió a la primera.
Los triunfadores de la noche y del festival (con un público que abarrotaba el escenario central) fueron Placebo. Puede que la originalidad haya abandonado a Brian Molko hace tiempo, pero aun basando buena parte del concierto en sus últimos discos (dejando sus hits para el final), la gente no paró de moverse. Su propuesta parece muy alejada de lo que se hace hoy en día (rock, distorsión, tendencia a la épica) pero, ya sea por nostalgia, curiosidad o devoción, a pocos pareció importar un sonido que rebotaba por todas partes y empobrecía algo el más que decente resultado final.