Bob Dylan And The Band / The Basement Tapes Complete (T.B.S. Vol. 11)

Escribir sobre una obra tan reverenciada y a la vez tan desconocida, especialmente si suma 6 CDs (138 canciones) no es tarea fácil. Se puede abordar desde distintos niveles de aproximación dependiendo de si eres neófito, conocías la edición existente hasta ahora (el disco doble de 1975) o eres de esos nerds que ya tenían los 5 CDs piratas de la serie ‘The Genuine Basement Tapes‘ (y que costaban un ojo de la cara en los 90) o su equivalente en el nuevo siglo digital. Para los primeros, la Columbia ha vuelto a desperdiciar una oportunidad de oro: la versión ‘Raw’ (dos discos) recopila supuestamente lo mejor de las sesiones pero hay omisiones lamentables y algunas sobras, aunque sigue siendo una buena forma de empezar. El calibre de la versión ‘Complete’ es más indicado, pues, para iniciados o para principiantes con mucha curiosidad (y tiempo).

Los que sólo conozcan el disco del 75 están ante una revelación de proporciones epifánicas: aquella edición no contenía el mejor material, algo aceptado a estas alturas por todos los estudiosos de Bob Dylan. Contenía demasiadas canciones de The Band, y omitía inoportunamente canciones clave en la carrera del artista (‘I Shall Be Released’) o pequeñas obras maestras que se han pegado décadas enteras en las sombras: ‘Sign of the Cross’ o ‘I’m Not There’ (rescatada finalmente para la película de 2007… ¡cuarenta años después!). Pero sobre todo desdibujaba un viaje que en realidad era mucho más largo y rico. Un viaje a un país musical y vital antiguo, en desaparición (la ‘Invisible Republic’ de Greil Marcus), trazado en canciones propias y en versiones, que comprendía desde baladas del siglo XIX hasta piezas de country, gospel o doo wop, estilos que a lo largo de las sesiones se iban confundiendo con las composiciones propias, que quedaron revestidas de una magia extraña, de un humor surrealista, y de ese inspirado regreso a las raíces. Un viaje a una América mítica que resuena hasta en el atuendo de Dylan en la serie de fotos de aquellos meses que se han usado para la portada del disco, y que recuerda mucho al de Walt Whitman un siglo y pico antes. El término «Americana» todavía no estaba definido y sin embargo Dylan ya estaba eligiendo la ruta de salida de los psicodélicos 60 hacia pastos más tranquilos, encerrado con The Hawks (aún no The Band) en un pequeño sótano-garaje de Woodstock, NY. Los Beatles y muchos otros seguirían un tiempo después sus pasos, conforme iban oyendo esos acetatos que circulaban en editoriales y discográficas y que contenían las misteriosas maquetas de las nuevas canciones de Bob. Unos discos de muestra tan comentados y codiciados que acabarían recopilados en el Great White Wonder (supuestamente el primer disco pirata de la historia), prendiendo la mecha de la leyenda de estas sesiones, que por fin conocemos hoy en su totalidad.

Obviamente, como antología al estilo de los viejos tomos de literatura, ‘The Basement Tapes Complete’ no está pensado para ser escuchado de un solo golpe, o ni siquiera en su totalidad. Ofrece todo el material en bruto para que cada oyente explore y elija. Se puede elegir la ruta de las piezas de rock ‘n’ roll surrealista (‘Odds and Ends’), la de las versiones humorísticas (‘Tupelo’ de John Lee Hooker), la de las baladas emotivas (‘Bells Of Rhymney’ o ese inicio de disco maravilloso, la inédita ‘Edge of the Ocean’) o el de las joyas perdidas de folk-pop (‘Santa Fe’, la gloriosa aunque incompleta ‘I’m A Fool For You’). O se pueden escuchar las sucesivas tomas de cada canción y ver los sutiles cambios que van surgiendo, en las letras, en su interpretación, en el tono general. Y aun y todo, a lo largo de toda esa ruta siempre habrá un hilo conductor: una atmósfera, una vibración especial común a todas estas sesiones, que abarcan nueve meses y ni siquiera fueron grabadas en el mismo sitio. Es el sonido de la tranquilidad, del reposo después de incesantes y agotadoras giras. El sonido de la ausencia de presión cuando grabas unas maquetas para tu editorial, o unas versiones para pasártelo bien con un grupo de amigos que casualmente son excepcionales músicos. El sonido de la aventura pausada de ese viaje atrás en el tiempo, una revisión («con aquellas versiones Dylan nos educaba un poco», suele comentar Robbie Robertson), que de alguna forma, quizá por haber sido capturado con medios tan rústicos y por la ausencia casi total de batería, suena inevitablemente antiguo. Casi como una réplica caprichosa y privada de la Anthology of American Folk Music

. El sonido, en definitiva, del lo-fi, de la grabación doméstica, antes de que existiese siquiera como capricho sonoro postmoderno. Cierto es que todo este material no se grabó para ser publicado, pero el hecho de que el mundo quisiese empecinadamente oírlo lo acabó convirtiendo en uno de los primeros exponentes artísticos de ese tipo de sonido.

Toda esa atmósfera entre reposada y jubilosa Bob Dylan la proyecta esencialmente en su voz. En todo su rango de variantes y registros (y en 138 canciones hay margen para un rango muy amplio), su voz transmite siempre un hermoso sosiego: vulnerable a veces, socarrón otras, involucrado y disfrutando siempre. Y el acompañamiento no podía ser mejor: las guitarras de Robbie Robertson en algunas de estas piezas están entre lo mejor de su carrera, adornos sutiles o mordientes según el caso, siempre al servicio de la canción, embelleciéndola en el mejor de los sentidos. Al igual que los bajos de Rick Danko, verdaderamente heroicos (a menudo Dylan no explicaba qué acorde venía después y sin embargo son brillantes), o las bellísimas capas de órgano de Garth Hudson, que a menudo otorgan a las canciones un anticuado aire circense perfecto. Y por supuesto esas armonías vocales emotivas, inconfundibles, de The Band.

Hudson era precisamente el encargado de operar la primitiva grabadora en estas sesiones. Durante años ha guardado todas las cintas ordenadas y numeradas, pero en uno de los encargos de la Columbia, a principios de los 90 (con motivo del primer volumen de esta ‘Bootleg Series’) una de las bobinas desapareció. Hace pocos años, el archivista de Sony Glenn Korman la localizó finalmente y se pudo concluir esta antología. Muchas de esas canciones, que no llegaron a aparecer ni siquiera en las ‘Genuine Basement Tapes’, procedentes de esa y otras bobinas hasta ahora inéditas, son las que alegrarán el oído de los más versados en el inagotable mundo de las cintas del sótano. Casi todas aparecen en ese sexto CD final: la fantasmagórica y bella versión de ‘Mr. Blue’ de Dewayne Blackwell, la rockabilly ‘Roll on Train’ (que anticipaba el tipo de canción que Bob Dylan graba a menudo en sus discos actuales), los deliciosos tintes mexicanos de ‘Mary Lou, I Love You Too’, la delicada ‘Down by The Station’ (desgraciadamente emborronada por la distorsión de la toma), o sobre todo la hermosísima ‘Wild Wolf’, una joya crepuscular prácticamente precursora de ‘Blind Willie McTell’ o de su trabajo -décadas después- con Daniel Lanois. Es la última gran pepita de oro que se encontraba hundida en las aguas oscuras, turbias pero fascinantes, de este larguísimo diario de viaje musical.

Calificación: 9/10

Lo mejor: Los clásicos consagrados (‘Sign of the Cross’, ‘This Wheel’s on Fire’ e infinidad más) y las últimas joyas excavadas (‘Wild Wolf’, ‘Edge of The Ocean’). El precioso y grueso libreto con información y fotos.
Te gustará si: eres fan de Dylan o si te va el folk lo-fi y eres curioso/a.

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Publicado por
Jaime Cristóbal
Tags: bob dylan