La teoría del todo: el fin justifica los medios

El biopic, como género cinematográfico, solo tiene interés cuando descubre lo que la mayoría no conocía. Si cumple con ello, además se le perdonan esas pequeñas licencias narrativas tomadas por el bien de la historia, como ha ocurrido en ‘The Imitation Game’: los pros de reivindicar la figura de Alan Turing son más que los contras de no haber sido fieles a su realidad al pie de la letra. El biopic, visto de este modo, es una guerra: el fin siempre justifica los medios.

¿Pero qué hacer cuando el protagonista no es un desconocido sino alguien tan famoso y omnipresente que parece no tener secretos? Muy sencillo, o contratas a un intérprete capaz de reencarnar al homenajeado con tanta fidelidad que su sola presencia ya justifica la película (véanse casos recientes como Meryl Streep en ‘La dama de hierro’ o Helen Mirren en ‘The Queen’); o bien confías en un guión que esconde sorpresas que cambien la percepción preconcebida que el público tenía sobre el personaje en cuestión. O mejor, ambas a la vez, como en ‘La teoría del todo’.

No hace falta ser un lumbreras para saber que Stephen Hawking es un tío importante. Sale en Los Simpsons, ¿vale? Tampoco es necesario entender sus complejas teorías. Al fin y al cabo, para la mayoría de los mortales este británico siempre será un científico elevado a la categoría de icono pop más por los clichés asociados a su figura (básicamente su silla de ruedas y su voz robótica) que a sus descubrimientos. Hawking es algo así como la Marilyn del conocimiento, todo el mundo sabe quién es aunque no haya visto sus películas.

Si tú entras dentro de este grupo, ‘La teoría del todo’ será toda una sorpresa. Y no porque en este biopic dirigido por James Marsh vayas a entender por arte de magia sus complejas fórmulas físicas; sino porque la película convierte al mito en persona. Toda una proeza sabiendo que con semejante material, el del genio luchando contra la inevitable enfermedad, muchos habrían caído en el comprensible error de rodar un telefilme de alto presupuesto. Ojo, que esto no significa que a veces no se coquetee con el género en escenas que pecan de sensiblería subrayada por la música, pero con un resultado tan conmovedor y convincente, hasta eso se le perdona. Insisto, un biopic, por mucha estética Instagram que tenga, sigue siendo una guerra.

Esta victoria se la debemos, sobre todo, al desgarrador trabajo de sus actores protagonistas, tanto el de Felicity Jones en su papel de esposa repleta de matices y admiración; y sobre todo, el de Eddie Redmayne, que huye de la caricatura para ejecutar una clase magistral de interpretación corporal a la que el Daniel Day-Lewis de ‘Mi pie izquierdo’ le pondría, sin dudarlo, su «seal of approval». Porque Redmayne no imita a Hawking. Redmayne es Hawking. Justo lo que pedíamos a una película que no cuenta la historia de Hawking revolucionando la astrofísica, sino la historia de Hawking. Nada más. Y nada menos. 7,7.

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Publicado por
Claudio M. de Prado