Hacía mucho tiempo, desde ‘La pelota vasca, la piel contra la piedra’ (2003), que un documental español no causaba tanto revuelo. En este caso no ha sido uno sino dos las películas que, desde postulados metodológicos y puntos de vista diferentes, casi contrapuestos, han sacudido el panorama cultural y social español como pocas veces ha sucedido.
La polémica: a pesar de su incendiario contenido, su exitoso recorrido festivalero y su extensa difusión por internet, el impacto social de ‘Ciutat morta’ había sido bastante moderado. Pero hace unos días todo cambió. La tele es la tele, y cuando el pasado sábado el Canal 33 de TV3 emitió el documental (con los cinco minutos censurados), la repercusión mediática fue enorme. ‘Ciutat morta’ se convirtió en el programa más visto del día en Cataluña, con 569.000 espectadores y una cuota de pantalla del 20%. Las redes sociales ardieron de indignación, se produjo una concentración de protesta en la plaza de Sant Jaume y, al día siguiente, la prensa se llenó de noticias y columnas de opinión sobre el documental. La presión política y social para que la fiscalía reabra el caso por ahora no han servido de mucho: el documental se ha descartado como prueba.
La película: salvo alguna innecesaria salida de tono (el montaje del reloj sobre las imágenes de un policía practicando kick boxing), ‘Ciutat morta’ es un documental de denuncia ejemplar; puro cine de tesis, enérgico, punzante y combativo. Sus directores no engañan ni se esconden tras falsas premisas de objetividad (el “positivismo” del que habla uno de los entrevistados), sino que se posicionan desde el principio, desde la cita de Montesquieu que abre la película: «No existe peor tiranía que la ejercida a la sombra de la ley con apariencia de justicia». El objetivo del documental está claro: cuestionar una verdad oficial, denunciar las irregularidades de un proceso judicial y, como dicen los propios directores, «demostrar que a veces el sistema destinado a proteger a los ciudadanos se preocupa más de protegerse a sí mismo». Además, ‘Ciutat morta’ es también un cálido y emotivo homenaje a una de las víctimas de todo este proceso: Patricia Heras.
La polémica: ‘Edificio España’ se proyectó con éxito en festivales como el de San Sebastián, el BAFICI de Buenos Aires, DocumentaMadrid o DocLisboa. Cuando parecía que su estreno comercial estaba próximo, ocurrió algo inesperado: el Banco Santander, propietario del inmueble, vetó la exhibición de la película bajo la amenaza de emprender acciones legales. Según adujeron, el documental perjudicaba sus intereses y su imagen, les preocupaba «la posible incidencia que un elemento externo puede tener sobre el actual proceso de comercialización del edificio». En total han sido quince meses lo que la película ha estado secuestrada. En febrero del año pasado, y gracias en parte a la presión mediática (un grupo de cineastas hizo público un manifiesto en contra del veto), el Santander levantó la prohibición.
La película: el director Víctor Moreno ha tomado buena nota de las enseñanzas de José Luis Guerín y su imprescindible ‘En construcción’ (2001). ‘Edificio España’ es como la versión austera y caleidoscópica de aquella, un documental de tipo observacional donde se registra el proceso de desmantelamiento del edificio desde dentro, junto a los trabajadores que lo están llevando a cabo. El discurso, por tanto, no se genera desde fuera, no hay un narrador, una “voice over” que dirija nuestra lectura. El director observa la cotidianeidad, el ordinario proceso de vaciado del edificio, y a través de su mirada, lo carga de sentido: retrato antropológico de la clase obrera e inmigrante, testimonio de un momento histórico, metáfora oblicua sobre un país y poético acercamiento a unos espacios con enorme carga simbólica y, en mi caso (que he trabajado allí), emotiva.