Con estos antecedentes no es de extrañar que Jake Gyllenhaal se encontrara ante un gran dilema: ¿protagonizo el debut en la dirección del esposo de Rene o me voy con Meryl y los demás a rodar ‘Into the Woods‘ (2014)? Al final, el riesgo ha merecido la pena. El de ‘Nightcrawler’ es desde ya uno de los grandes personajes de su carrera (si no el mejor) y una de las grandes interpretaciones del pasado año (si no la mejor).
El personaje de Louis Bloom es un aterrador híbrido entre el Leopold Bloom del ‘Ulises’ de Joyce (el nombre no es casual) y el Travis Brickle de ‘Taxi Driver’ (1976). Un solitario «merodeador nocturno» que encuentra en el ejercicio del periodismo sensacionalista el vehículo perfecto para dar rienda suelta a sus impulsos más psicopáticos, aquellos relacionados no con el crimen o la violencia sexual, sino con la falta de moral, humanidad y empatía.
Gyllenhaal y Gilroy, que también firma el guión (nominado al Oscar), construyen un personaje perturbador, un psicópata muy alejado de la imagen que Hollywood ha popularizado. Y lo hacen trabajando sobre tres aspectos del personaje: la mirada, la sonrisa y la palabra. Este «nightcrawler» inquieta porque no pestañea, turba porque sonríe demasiado e incomoda porque se expresa con la retórica de una guía para emprendedores. Su mirada contradice su sonrisa, y su sonrisa contradice sus palabras. De esa tensión surge el desasosiego, y de ese desasosiego la revelación de la desconexión emocional que se esconde tras esa máscara gestual y verbal.
Un personaje extraordinario que eleva la película por encima de sus pretensiones de análisis social. ‘Nightcrawler’ empieza como un estilizado, oscuro y enérgico thriller, y termina como una poderosa sátira, quizá algo forzada al final, sobre el periodismo-espectáculo. Una fábula con ecos de ‘Network, un mundo implacable’ (1976), donde el día a día (la noche a noche) de un paparazzi del crimen nos vuelve a advertir (ya se ha hecho y dicho muchas veces) de los peligros del sensacionalismo en los medios de comunicación y de cómo una verdadera historia siempre debe ser interrumpida por una historia verdadera. 8,5.