Poner en primera posición al Nobel del año pasado puede parecer oportunista o «conservador», pero lo cierto es que ‘La hierba de las noches’ (Anagrama) es la mejor novela que he leído en 2014 (igual que el disco de otro sesentón, el ‘The Next Day’ de Bowie, fue uno de los mejores que escuché en 2013). Es así. Y es que el padre de Marie Modiano sigue a lo suyo: llevando al lector del brazo por un París espectral en busca del tiempo perdido; un largo trekking por la memoria, por los fragmentos del pasado y por la ciudad recordada. “Autoficción poético policial”, así han llamado a sus novelas. Thrillers hipnóticos y proustianos construidos sobre una evocación.
El “campeón de la memoria histórica”, el “Maradona de los impostores”. Así llama el autor del libro a Enric Marco, el hombre que se hizo pasar por superviviente de los campos nazis y llegó a presidir la asociación que reunía a los españoles que habían sido prisioneros en la Alemania de Hitler. Tomando como referencia dos obras maestras de la “novela de no ficción” -‘A sangre fría’, de Truman Capote, y ‘El adversario’, de Emmanuel Carrère-, aunque renegando de ellas por inmorales, Cercas construye lo que denomina “novela sin ficción saturada de ficción”, un libro que es al mismo tiempo una biografía y su making of, el retrato de un personaje fascinante y el autorretrato del propio autor.
Después de la fabulosa película ‘Mud’ y la grandiosa novela ‘Canadá’ (con la que el libro de Tartt tiene más de un punto en contacto), ‘El jilguero’ es un nuevo ejemplo de relato de iniciación, una clásica bildungsroman, narrada en primera persona, en la que no falta ningún personaje: el maestro, la chica, el amigo íntimo…; ni ningún tema: los conflictos familiares, la desorientación vital, las primeras experiencias sexuales y sentimentales… Otra historia, bella y emotiva, protagonizada por un adolescente desamparado y con un gran sentimiento de culpa (dostoievskiana) que deambula por un mundo que saltó por los aires buscando refugios emocionales y luchando contra su destino. Un libro, como dijo el jurado del Pulitzer, “que estimula la mente y toca el corazón”.
Menos mal que la adaptación de ‘Winter’s Bone’ (2010) tuvo éxito. Menos mal porque, si no, seguiríamos sin tener novelas de Daniel Woodrell traducidas al castellano. Narrada en primera persona por el chico protagonista y construida por medio de maravillosas elipsis, la nueva novela de uno de los autores de referencia del country noir es un conmovedor drama con pinceladas de novela negra. La dolorosa crónica de la progresiva pérdida de la inocencia de un chico por culpa de un entorno familiar, social y emocional tan miserable como despiadado. Si te gustó ‘Winter’s Bone’, ‘La muerte del pequeño Shug’ te dejará, literalmente, sin aliento.
¿Seguir a Pasteur o emular a Livingstone? ¿Sentarse a investigar o salir a explorar? Entre estos dos interrogantes se desarrolló la vida del científico Alexandre Yersin (1863-1943). El escritor francés Patrick Deville, también un viajante empedernido, ha narrado la vida del sabio suizo en forma de novela de no-ficción (o “novela de aventuras de verdad”, como él mismo la define). Un fabuloso híbrido entre biografía, novela histórica y relato de aventuras. El autor sigue el rastro de este científico aventurero, sabio y discreto, como si fuera un personaje más del libro. Deville aparece en la narración como un divertido y poético “fantasma del futuro” que busca a Yersin por el pasado como Stanley buscó a Livingstone en el lago Tanganica.
La publicación de ‘Galveston’ (Salamandra) olía a oportunismo editorial. La “novela del creador de ‘True Detective’’ suena a la “película de los productores de…”. Puro márketing. Pero no. Dennis Lehane, con su habitual olfato, vuelve a tener razón cuando dice que es “el mejor noir que he leído en la última década”. Un relato sórdido y violento, que es a la vez un homenaje a los ambientes sureños literarios (el libro empieza con una cita de Faulkner y resuenan ecos de Cormac McCarthy) y una mirada cargada de lirismo a unos personajes que saben que se están metiendo en la boca del lobo pero no pueden evitarlo. El final, hermoso y poético, es capaz de arrancarte las lágrimas como la fuerza del mejor de los melodramas.
¿Qué tendría que haber pasado para que Caravaggio, el primer “rockstar” de la historia del arte, y Quevedo, representante de la España imperial y contrarreformista, hubieran jugado un partido de tenis en la Plaza Navona en el año 1599? Esa es la sugestiva y sorprendente premisa argumental a través de la cual se articula ‘Muerte súbita’ (Anagrama), una muy original (y muy posmoderna) novela histórica con la que Álvaro Enrigue ha ganado el último Premio Herralde. Un ejercicio de libertad creativa que le sirve al escritor para acercarse de forma desprejuiciada y desde diferentes ángulos a una Europa, la de comienzos del siglo XVII, progresivamente oscurecida por las tinieblas de la Contrarreforma.
El debut como novelista del septuagenario Hillel Halkin ha sido una de las sorpresas de la temporada, uno de los sleeper literarios del pasado año, una de esas novelas que, cuando la acabas, no apagas la lámpara de la mesilla y te vas a dormir. No: coges el móvil y te pones a recomendarla. El autor neoyorquino, que hasta ahora solo había escrito ensayo, ha vencido su miedo a la ficción –“la forma más alta de literatura”- y ha publicado esta estupenda novela de tintes autobiográficos. Una historia de iniciación, de aprendizaje, que acaba en emotiva (muy emotiva, ten a mano el pañuelo para el final) historia de amor.
“Todos los que pensaban que aquella guerra acabaría pronto habían muerto hacía mucho tiempo. Precisamente a causa de la guerra”. Así, como un obús en medio del campo de batalla, comienza esta novela (último premio Goncourt) ambientada en los últimos días de la Primera Guerra Mundial y en la inmediata posguerra. La historia de una singular y conmovedora amistad entre dos hombres de personalidades y clase social contrapuestas, cuyos destinos acabarán unidos por las desastrosas consecuencias del conflicto bélico. Una novela que tiene un primer capítulo tan extraordinario que te atrapa como el fango en una trinchera, y un final que dan ganas de escribir al autor y rogarle, por favor, que lo cambie.
Hay pocas novelas que “suenen”, que le den tanta importancia al sonido: la música, el ruido. El nuevo libro de Agustín Fernández Mallo es una de ellas. ‘Limbo’ (Alfaguara) suena tan bien que podemos escuchar desde el eco que produce una habitación vacía donde hay una mujer secuestrada, hasta una canción de The Magnetic Fieds de su disco ‘Distortion’ que no existe. ¿A qué suena ‘Limbo’? A David Lynch, claro. Atrona. El eco de las elipsis que utiliza el director de ‘Carretera perdida’ resuenan en el mejor momento de la novela, el de mayor fuerza poética, aquel donde uno de los músicos le pregunta al otro después de escuchar una canción: “¿qué pensaste mientras la oías?”.