‘Pride’: el año del orgullo gay y minero

Cualquiera que haya visto más de dos películas en su vida sabe más o menos por dónde van a ir los tiros en ‘Pride’. Si esas dos películas son ‘Tocando el viento’ (1996) y ‘Billy Elliot’ (2000) entonces se la sabe de memoria. El nuevo trabajo para el cine del dramaturgo Matthew Warchus (el anterior fue la olvidable ‘Círculo de engaños’) es más previsible que el funcionamiento de un semáforo. El conflicto dramático se ve venir de lejos, y su desarrollo, basado en los siempre eficaces choques culturales –rudos mineros galeses contra modernos gays londinenses-, está más visto que la canción de Edurne para Eurovisión.

A pesar de ello, ‘Pride’ funciona. Y bastante bien. La razones son varias. Primera: está basada en un suceso real tan insólito y poco conocido como jugoso desde un punto de vista dramático. En 1984, durante las durísimas huelgas mineras que estallaron en Gran Bretaña contra las políticas neoliberales de Margaret Thatcher, surgió un inesperado sentimiento de solidaridad entre huelguistas y activistas LGTB. Una unión que cristalizó en la Lesbians and Gays Support the Miners (LGSM). Las reivindicaciones de los mineros, como es sabido, no fueron atendidas. La huelga, después de un año (y tres muertos), acabó en fracaso. El apoyo del colectivo gay, sin embargo, no cayó en saco roto. Los derechos que reclamaban los activistas fueron más tarde incorporados al manifiesto del Partido Laborista y al acta del Congreso de Sindicatos.

Segundo: a pesar de ser una película de clara vocación popular, realizada para llegar a todos los públicos, no trata a éste como si fuera Cristiano Ronaldo. Es previsible y poco sutil, sí, pero no estúpida. A través de fórmulas cómicas y dramáticas tan manoseadas como eficaces, el director consigue deslizar un discurso en favor de la solidaridad obrera y la movilización ciudadana con más fuerza, capacidad para agitar conciencias y resonancias con el presente que el noventa por ciento del cine social que se hace actualmente. La letra, está claro, con risas entra.

Tercero: la combinación de actores jóvenes y poco conocidos con pesos pesados de la escena británica como Imelda Staunton, Dominic West, Paddy Considine o un conmovedor Bill Nighy, es otro de los “choques” que maneja la película con enorme solvencia. Los mayores cubren las deficiencias de los jóvenes y, como si fuera una metáfora de la propia película, unidos logran extraer de sus interpretaciones suficiente verdad y humanidad de una mina de estereotipos y clichés.

Cuarto: Frankie Goes To Hollywood, Culture Club, New Order, Pet Shop Boys, The Communards, The Smiths… ¿Una banda sonora ochentera facilona y tópica? Pues sí, como toda la película. Y orgullosa de serlo. 7.

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Publicado por
Joric
Tags: pride