Estos hechos, que parecen la sinopsis de un thriller de espías orwelliano, son la base argumental del documental más premiado de la temporada (más de 40 galardones, incluido el Oscar). ¿Qué es lo que hace a ‘Citizenfour’ tan especial? Sin duda, su rodaje. A diferencia de otros documentales de denuncia, en ‘Citizenfour’ vemos la historia en el momento mismo en que está sucediendo, no a posteriori. No es un documental sobre el “caso Snowden”, es el “caso Snowden”; su filmación, su crónica, el rodaje de su desarrollo: desde que el ex analista de la CIA contacta con Poitras hasta que prepara su filtración a los medios con los periodistas Glenn Greenwald y Ewen MacAskill. Es como si Bernstein y Woodward hubieran llevado una cámara al destapar el “caso Watergate”, como ser partícipes de la orquestación de un golpe mediático, testigos privilegiados del estallido de un escándalo político.
Desde ese punto de vista, ‘Citizenfour’ tiene un valor periodístico enorme. Es un documento excepcional. Pero ‘Citizenfour’ es, también, una película, y su valor cinematográfico, siendo notable, no está a la misma altura de su valía como documento audiovisual. De hecho, lo que la hace imprescindible desde un punto de vista periodístico, la perjudica desde uno cinematográfico. A pesar de los esfuerzos de su directora por crear una estructura dramática atractiva, transmitir de forma clara su discurso denunciatorio e intentar penetrar en la psicología de Snowden, da la impresión de que se queda algo corta, de que le falta material para que su película sea algo más que una larga entrevista a uno de los personajes más relevantes de los últimos tiempos, a uno de esos fascinantes héroes modernos que, como Julian Assange (que aparece) no sabes si es solo un ejemplo de activismo, integridad y valentía en un mundo conformista, cínico y cobarde, o también un ejemplo de cómo conseguir notoriedad a través del deber ético. 7.