A las cuatro de la tarde en el Auditori se celebró uno de los conciertos más curiosos de todo el Primavera Sound, el Arthur Russell’s Instrumentals, en el que una banda de nueve músicos, dirigidos por Peter Gordon y con especial predominación de los metales, desgranaron parte del repertorio del desaparecido compositor. Escuchándolos, entiendes la devoción que le tiene Sufjan Stevens; muchos de sus arreglos beben de las composiciones de Russell. La banda desgranó una suite de casi media hora seguida, alegre y paisajística, como si fueran una orquesta zíngara que se dedicara a ejecutar bandas sonoras de series sofisticadas. Hacia el final abandonaron la parte instrumental, derivando hacia el funky-disco y, de remate, una ‘Tell you (today)’ tan ultra pop e infecciosa que hasta sabía mal quedarse sentado. Si alguien pensó que este concierto era para dormir la siesta, se equivocó. La pega de permanecer en el concierto hasta el final fue quedarse sin ver a Panda Bear. A pesar de tener ticket de reserva, era tal la marabunta de gente esperando a entrar, la cola era tan inhumana que finalmente opté por batirme en retirada. Frustrante.
Twerps en disco suenan bien. Sin embargo, en el escenario Pitchfork resultaron bastante aburridos con su indie pop de manual. Sí, son muy correctos, son muy monos y le ponen ganas… pero en directo lo que son es una banda del montón. Sarcásticamente, una colega los definió como «grupo de parroquia». Y yo que abandoné a Hiss Golden Messenger por ellos…
Tras la monotonía del indie formulario, la profesionalidad perfectamente engrasada de Giant Sand fue casi un regalo del cielo. Con la banda toda de negro, excepto la teclista que dio el toque dorado, y una corista muy sensual, Howe Gelb primero nos felicitó por las elecciones, y después se arrancó con un bonito y contenido concierto en el que primó la sobriedad fronteriza y la placidez vital, punteada con sus ganas de charlar y contrarrestrada por ocasionales destellos de rock con garra. Cerraron con una primigenia ‘Tumble & Rain’, de su primer disco (de 1985), punk rock para desmelenarse tras tanta templanza.
Lo de The Replacements en el escenario Primavera me recordó un poco al regreso de Pixies en 2004. Como ellos, parecía que el tiempo no había pasado. Para los de Minneapolis no sólo musicalmente, sino además físicamente; siguen igual de flacos, fieros ¡y con pelazo! Salieron a por todas y vencieron gracias a un concierto enérgico y monumental. Tocaron una hora que pasó como un relámpago. Ni apenas «buenas noches», ni agradecimientos ni nada: a piñón. Empezaron con una explosiva ‘Takin’ a ride’ y, sin bajar la velocidad, fueron cayendo clásicos que sonaban tan tersos como cuando se separaron en 1991: ‘Valentine’, una acelerada ‘Waitress in the Sky’, ‘Kiss me on the Bus’, ‘Can’t Hardly Wait’, la celebradísima ‘I Will Dare’, una fantástica ‘Alex Chilton’ que fue recibida con gritos de histeria emocionada… Pero es que encima se permitieron el lujo de hacer lo que les daba la gana, metiendo versiones sin venir a cuento: ‘I want your back’ de Jackson 5, fragmentos de ‘Lollypop’, canturreos de ‘Love Will Tear us Apart’… Sentí una genuina envidia por los que estaban en las primeras filas. Bolazo.
El de Antony and the Johnsons fue uno de los conciertos más bellos y emocionantes a los que he asistido nunca en el Primavera Sound, aunque eso no es ninguna una novedad para él. En 2005, el primer año en que el festival se celebró en el Fòrum, dio en el Auditori una actuación también memorable. Pero si en ese momento se mostró como un artista frágil, solo ante su piano en una interpretación desnuda y sobria, anoche tuvimos a un maestro de ceremonias seguro y convencido, con una puesta en escena abigarrada: una orquesta con cuarenta músicos todos de blanco, un bailarín que con movimientos de mariposa nos dio la bienvenida, y extrañas proyecciones de teatro kibuki japonés. Quizás pareciera que el escenario Heineken no era el lugar adecuado, que su espacio natural era el Auditori otra vez pero, tras lo visto con Panda Bear esa misma tarde, se reveló como un emplazamiento acertado, por dos motivos; primero, porque si este concierto llega a ir con reserva, hay una batalla campal en el Fòrum. Segundo, porque el público guardó un silencio sepulcral, roto muy pocas veces por conversaciones fugaces, debidamente acalladas. ¿Cuántas veces he llegado a escuchar silencios dramáticos como parte de una canción en un escenario al aire libre? Creo que, hasta anoche, ninguna vez. Antony obró el milagro. Una compenetración perfecta con la orquesta llevó a las canciones a un nivel de profundidad emocional difícil de igualar. Se necesita un intérprete superdotado como Antony para llevar un show hasta las máximas cotas de sentimiento. Hubo momentos de intensidad brutal, como cuando en una épica ‘Cripple and Starfish’ llegó el fragmento «I’m very very happy, so please hit me» o ‘Cut the world’, en que la emoción empujaba al público a romper en aplausos. También hubo lugar para las sorpresas, como una versión extraordinaria de ‘Blind’ de Hercules and Love affair: cuando llegó el momento de la trompeta el público enloqueció, literalmente. Para el recuerdo quedó el instante cuando nos pidió que le acompañáramos en ‘Dust and Water’ («tenéis que sentir como si vuestro espíritu estuviera tres pulgadas por encima de vuestra cabeza») y la gente coreó un estremecedor «uhhh». Parte de la concurrencia empezó a abandonar, supongo que para conseguir un buen sitio para The Black Keys. Se equivocaron al hacerlo. Porque se perdieron un ‘You Are my Sister’ para llorar y el cierre con ‘Hope There’s Someone’, en el que Antony venció al único fallo de un hasta entonces exquisito sonido. Un crescendo, el público mudo. Piel de gallina.
Tras un par de jornadas en que había vivido yo muy feliz sin tener que aguantar la habitual ristra de charlatanes pelmazos que asuelan los conciertos, creo que fue al pobre James Blake al que le tocó ser la actuación «nosotros venimos a hablar de nuestras cosas como si estuviéramos en el bar». Nada que no se pudiera atenuar haciendo zig-zags hasta la ganar la primera fila. El concierto ilustró a la perfección las dos vertientes de James; el exquisito baladista clásico y el chico que se muere por la electrónica más rotunda.
James vestía una camisa curiosísima de animales, que daba la sensación de irle grande y estaba acompañado por un guitarra y un batería-percusionista que dieron corporeidad a los temas. Tras un inicio casi tropical, en la primera parte del concierto James exploró su versión más crooner y sosegada, prácticamente en solitario con el piano, aunque retorciendo las canciones al máximo de su posibilidades expresivas. Así, en ‘I Never Learnt to Share’ o en ‘To the Last’ se sampleaba la voz, cantaba encima, generaba efectos; ‘Limit to your Love’ la refinaba merced al toque onírico que le otorgaba la percusión. ‘Overgrown’ tuvo un breve inicio subido de revoluciones, pero volvió a su cauce. Fue a partir de ‘Part Time Lover’ cuando viró hacia la pista de baile y el sonido más abstracto; sirenas, juegos de luces y enajenación; house suave y envolvente que derivaba en energía sofocante y machacona. Solo ritmo, sin apenas melodía ni voz. Y en estas cayó ‘Retrograde’. James se sampleó, se saboreó y nos empujó hasta la cima, a un ‘The Wilhelm Scream’ casi AOR, atmosférico y bello. La alargó, la sostuvo sobre una sola nota. Y entonces caí. James Blake está feliz. A su manera, sí, pero feliz. Y nosotros fuimos afortunados testigos.
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Foto: Eric Pamies, Primavera Sound.