Mordiendo el polvo
La pasada semana St. Vincent fue de las últimas en conocer en sus propias carnes cómo se las gasta la Teoría de la Gravedad. El piñazo que se pegó al caerse de un altavoz dolió al verlo en diferido, pero por ese mal trago también ha pasado recientemente The Edge, que en el primer concierto de la nueva gira de U2 literalmente se esfumó del escenario cayendo sobre el foso. Por lo que parece su ridículo gorrito amortiguó la hostia, aunque no puede decir lo mismo el amiguísimo de Agustín Pantoja, el mexicano Juan Gabriel, cuando casi provocó un terremoto en Houston al besar el suelo y ver su ego lastimado como pocos. Desde entonces ha escarmentado y no martiriza tanto a sus fans con esos estúpidos pasos de baile que se gasta, así que todos contentos.
Las que sí son carne de la caída día sí y día también son las divas del pop. Nadie dijo que fuera fácil mantener el equilibrio sobre unos zancos con quince centímetros de tacón de aguja, pero es que nadie, absolutamente ninguna de ellas, ha podido evitar un drama de este calibre. Lo de Madonna en los últimos Brits fue algo así como el 11-S gayer (si fuese lista debería aprovecharse de esa mancha negra de su trayectoria en su próxima gira, igual que hiciera durante el ‘Confessions Tour’ con su episodio del caballo), aunque todas sus discípulas, sean en mayor o en menor medida unas wannabes, también han pasado por ese tormento de acabar haciendo la croqueta por los suelos sin estar ebrias.
Por lo pronto, hemos visto a Beyoncé desplomarse por unas escaleras después de agitar su melena, a Alaska casi rompiéndose la crisma por no controlar el arte del bondage coreográfico, a Jennifer Lopez sufriendo las consecuencias de hacer el ganso sobre unos Louboutin, o a Gaga cayendo de todas las maneras habidas y por haber (he aquí un generoso top 10 en vídeo). Pero puestos a escoger dos que se llevaron la palma esas son Pink, que se vio arrastrada literalmente por la mano negra del Cirque du Soleil y tuvo que detener su show, o Pastora Soler, que se desmayó en un concierto en Sevilla justo antes de que anunciara un pánico escénico de órdago.
Los machos alfas del rock tampoco se libran. Bruce Dickinson de Iron Maiden, Steven Tyler de Aerosmith o hasta el mismísimo Iggy Pop (arrojándose al público sin que nadie le siguiera la corriente), entre un extensísimo etcétera, también han besado el suelo en numerosas ocasiones. Menos hacer el ganso y más cantar, gracias.
Drones, candidatos a acabar en la UCI y sinsentidos varios
Dárselas de moderno puede acarrear problemas. Y si no que se lo pregunten a Enrique Iglesias, que por culpa de querer agarrar un drone en uno de sus últimos conciertos casi acaba sin brazo como Bruce Campbell en ‘Posesión Infernal’. Aunque puestos a escoger entre susto o muerte, no sabemos si preferimos acabar sin un dedo como el nieto de Papuchi, calva como una bola de billar como aquel día que Beyoncé tuvo que enfrentarse a la cruel tecnología de un ventilador con muy malas pulgas o ensangrentada viva como Róisín Murphy, que en 2007 en plena gira del ‘Overpowered’ casi se queda atolondrada en Moscú por una dichosa silla.
Puestos a rebuscar en el baúl de la vergüenza ajena (más que en el de los accidentados), el mundo de la música también ha vivido auténticos expedientes X como aquella menstruación mal gestionada por Christina Aguilera mientras homenajeaba a Etta James, unos Crystal Castles que en 2009 la liaron pardísima en el festival Sónar protagonizando uno de los momentos más bochornosos que quien esto escribe jamás ha visto en directo, o esa lluvia de vómito con la que Gaga nos obsequió en Barcelona durante el ‘The Born This Way Ball Tour’ mientras entonaba un tema más grande que la vida como ‘The Edge Of Glory’. Ni los callos ni los chorizos de Cantimpalos son buenos aliados cuando uno tiene que dar el do de pecho.
Fans fatales: violencia y lascivia al servicio del espectáculo
Ya puede haber un plantel de gorilas de seguridad resguardando el escenario, que algunos fans (en muchas ocasiones inducidos por el alcohol, los estupefacientes y el amor incondicional, todo en uno) sobrepasan la barrera de la buena conducta. En 2013 un fan de Mötley Crue, sin venir a cuento, se subió al escenario mientras la banda tocaba en Canadá y atacó a su guitarrista, Mick Mars. Engendros a los que habría que quitar el carné de fan, tristemente, hay muchos por el mundo. Ahí está el que asaltó a Noel Gallagher en 2007 (también en Canadá, casualidades de la vida), a Robbie Williams porque no aceptaba la disolución de Take That, o a Slash mientras éste se estaba luciendo con el riff de ‘Sweet Child O’Mine’.
Puestos a escoger, somos más del fan fatal igual de creativo que desvergonzado, aquel que lanza un zapato en las partes nobles de Harry de One Direction o le dedica una buena mamada a Danny Brown (profesional como pocos, el rapero sigue a lo suyo como si la escena fuera su pan de cada día). Asimismo, también hay que defender a los artistas que no dejan que nada ni nadie les toree. ¿Qué te roban un reloj de miles de dólares en pleno concierto como a A$AP Rocky? Pues cierras las puertas de la sala y exiges que dé la cara el cleptómano de turno. ¿Que un fan loco te llama gordo, vendido y calvo como le ocurrió al cantante de Bad Religion en España? Pues le sonríes hasta que la broma se pasa de rosca y te vengas (con razón) de él mandándolo al backstage con todo tu equipo de seguridad. ¿Que te llamas Tamara y nadie te toma en serio ni como personaje ni cómo intérprete del ‘No Cambié’? Pues mandas a tu madre a que dé ladrillazos a diestro y siniestro. Santa paciencia la de muchos artistas. Santa paciencia.