El fenómeno teen del momento llegó, cumplió a raja tabla el guión preestablecido durante hora y media y, por encima de todo, demostró que luce una de las voces en directo más portentosas del pop actual. A las puertas de llenar el Palau Sant Jordi en la única fecha estatal del ‘The Honeymoon Tour’ (sólo quedó por vender parte de las gradas más alejadas del escenario), Ariana Grande debutaba en nuestro país presentando ‘My Everything‘ con un show que, por mucha pirotecnia fallera que luciera en puntos álgidos como ese inicio marcado por ‘Bang Bang’, se vertebraba única y exclusivamente en su lucimiento vocal.
Con un recinto plagado de menores de edad y pacientes padres (entre los cuales estaba Belén Esteban, que puso las gradas patas arriba minutos antes de que arrancara el concierto saludando al populacho creyéndose Letizia Ortiz), Ariana ejerció de diva en ciernes y se presentó con un espectáculo que renunciaba a cualquier atisbo de pregrabado. Sobrevoló el escenario en una nube en ‘Best Mistake’ y sobre una lámpara de araña en el momento ‘El Gran Gatsby’ de ‘Right There’, sí, pero la diminuta lolita más allá de eso no abusó de grandes trucos escénicos como muchas de sus coetáneas y acaparó todas las miradas enseñando la justa cacha e interpretando con seguridad un repertorio que es su único talón de Aquiles.
A ese tramo final dominado por la grandiosa ‘Love Me Harder’, ‘All My Love’ (su participación junto a Major Lazer a la banda sonora de la última entrega de ‘Los Juegos del Hambre’), ‘Honeymoon Avenue’ y sus exitosos ‘Break Free’ y ‘Problem’ pocas pegas se le puede poner porque precisamente son sus mayores reclamos hasta la fecha. No obstante, más allá de esos highlights, a los que se podría sumar ‘One Last Time’, se nota que los dos discos hasta la fecha de la joven están repletos de rellenos y medios tiempos algo más irregulares como ‘The Way’ o ‘Pink Champagne’ que, por mucho que quiera, están a años luz de sus singles más sonados.
Con el tiempo podrá ofrecernos un setlist mucho más musculado y sin tantos altibajos, pero como decimos sus gorgoritos a lo Mariah Carey y su seguridad vocal fueron los grandes protagonistas de una noche en la que la artista, asimismo, demostró ser una mírame y no me toques de manual. Su interacción con el público podría decirse que fue nula (el típico ‘qué feliz estoy de estar aquí’ y poco más) y ya no digamos con sus bailarines, que aun contando con once en total, Ariana no se dejó tocar ni un pelo por ninguno de ellos. No sabemos si esto responde a un arrebato de divismo o de miedo a que alguien le pueda contagiar algo, pero lo que está claro es que Ariana y su burbuja de outfits soft porn no son muy dados a mezclarse con la plebe. El día de mañana que le dé por tocar la mano de un fan en uno de sus conciertos se obrará el milagro.
Con 21 años en su haber tiene toda la vida por delante para ofrecernos otras muchas facetas y acabar de conquistar por completo a ese público más adulto que no empatiza con su diadema de gata (sin duda, el artículo de merchandising que más se vendió dentro del recinto). Pero por lo pronto, en tiempo récord, ya está jugando en la gran liga del pop internacional y cuenta con una base vocal que muchas de sus competidoras ya quisieran para sí mismas. 7