Estos serían los dos claros modelos a imitar durante los próximos años por todas las películas hijas del subgénero «jóvenes prematrimonios en apuros». No hace falta ser un genio para adivinar cuál ha sido el espejo en el que se han mirado los responsables de ‘Ahora o nunca’, su cartel lo dice todo. Antes de entrar en la sala sabemos que dentro nos espera la primera secuela no oficial (la verdadera ya se está rodando) del blockbuster original de Emilio Martínez–Lázaro; con Dani Rovira haciendo otra vez de novio sufridor, y con Clara Lago, por aquello de no ser muy descarados, dando vida a la mejor amiga de la novia que, esta vez, interpreta María Valverde. ¿Casualidad? No lo creo, amigos de la nave del misterio. Aunque Lago ha ganado con el cambio. Rovira, sin embargo, más de lo mismo.
El gran problema de ‘Ahora o nunca’ no es que se haya querido repetir el éxito del filme español más taquillero de la historia en España, sino que se haya quedado a medio camino consiguiendo que los que se lo pasaron teta con ‘Ocho apellidos vascos’ salgan decepcionados. Porque de nada sirve contar con los mismos actores si ni la historia, ni el acabado, acompañan al producto. Le falta humor, le sobran tópicos, le falta gamberrismo, le sobran finales y, sobre todo, le falta carisma para que destaque por algo propio. Y eso que la banda sonora y fantásticas secundarias como Gracia Olayo o Yolanda Ramos logran que durante sus apariciones la cosa levante un poco el vuelo.
Pero al final son tantos los defectos que ni esa estética tan típicamente cuqui de Instagram con la que María Ripoll ha rodado la cinta, repleta de banderillas de tela y filtros Valencia, consigue disimularlos. Vamos, que ‘Ahora o nunca’ intenta ser una película pero se ha quedado en anuncio largo de cerveza del verano. Pero del verano pasado. 3,9.