Seguramente sería Kiasmos el que se llevaría el premio a la mejor actuación del día, porque los islandeses ofrecieron una actuación apasionada, mágica y ejemplar. Se trata del proyecto que comparten el compositor neoclásico Ólafur Arnalds con su amigo Janus Rasmussen, la cuarta parte del grupo de electropop Bloodgroup (muy recomendable, por cierto). La conjunción es perfecta y no podría dar mejores resultados. Es una remezcla ideal: cualquiera que haya escuchado las composiciones de Arnalds sabe bien que disparan un aire desolador e introspectivo, triste, en especial aquella banda sonora que realizó para la serie británica Broadchurch y que le ayudó a darse a conocer. En esta mezcla, esos sonidos están amablemente sometidos al techno con una sobresaliente sincronía entre los dos músicos, entre el sonido y las imágenes, pero al mismo tiempo era evidente la conexión que consiguieron con un público que abarrotó Sónar Hall y que abrazaba con buena gana cada uno de los emotivos beats, saludos, peticiones de aplausos y agradecimientos mutuos. No les dejábamos irse. Hasta el repartidor de cerveza se arrancó a bailar. El componente melancólico queda de alguna manera enterrado en los ritmos electrónicos; es fácil localizar el sonido propio de Arnalds, pero redirigido a la pista, a la felicidad y a una belleza que te hace saltar de emoción.
Si de Arca, aún teniendo un excelente material, tuvimos la impresión de que la estructura de su concierto habría ganado con otro orden en el repertorio, todo lo contrario pasó con Owen Pallett, que comenzó de una forma tímida y casi de puntillas para alcanzar altas cotas de genialidad tras un trayecto sublime y difícil de clasificar. Descalzo, con los pies negros y las uñas de las manos pintadas de azul, el violinista canadiense ofreció una recopilación de su mejor música, tomando como punto de partida su último disco, el esmeradísimo ‘In Conflict’, pero sin olvidar algunos de los temas más memorables de su etapa como Final Fantasy. La gente agradeció el bombo en ‘The Riverbed’, que lució de forma espectacular mientras esquivábamos los rayos de sol (eran las cinco de la tarde). Echamos de menos la canción ‘In Conflict’, pero nos recompensaron esta ausencia otras producciones igualmente brillantes como ‘I’m not afraid’ o ‘The sky behind the flag’. Sí que nos dimos cuenta de una cosa: hay gente con una concepción de que en este festival sólo tienen cabida ordenadores, máquinas y discos, y todo lo demás les extraña. Ven un violín en el Sónar y reaccionan como si se les hubiera aparecido un fantasma.
Kate Tempest fue una de las grandes sorpresas de media tarde. El talento de la británica a la hora de abordar un terreno como el hip-hop, en el que no abundan tanto las caras femeninas, fue apabullante. Acompañada por un batería electrónico, un núcleo duro de bases graves y una corista, fue ganando adeptos a pesar de coincidir en horario con Owen Pallet, gracias a su poderosa voz. Nada supuso el pequeño fallo técnico en la recta final para ensombrecer una actuación brillante, porque nos hizo comprobar el buen talante y la capacidad de respuesta de Tempest. Estaba encantada con su presencia en uno de sus festivales favoritos a nivel mundial, después de llevar intentándolo cinco años.
Si el jueves comprobamos la enorme expectación que generaba el cartel del Sónar Cómplex -el teatro del Sónar donde tienen cabida las propuestas más experimentales- en la jornada del viernes hubo más huecos libres para el showcase del sello austríaco Editions Mego, con motivo de sus 20 años de existencia. Dos de las figuras más relevantes de la música de vanguardia contemporánea se esconden en KTL: Peter Rehberg, responsable del sello, y Stephen O’Malley, líder de Sunn O))) despedazaron una propuesta en la que un sonido les sirve para crear un universo entero. Igualmente, entre el ruido y la experiencia visual, el esperado show de Russell Haswell fascinó al público más avanzado, y al resto le dejó la sensación de estar viendo una rareza irrepetible.
En paralelo, Squarepusher sigue trabajando en su liga particular y con unos resultados que no dejan de ser excelentes. Siempre meneándose entre la delgada línea que separa lo blanco de lo negro, la luz de la oscuridad, lo adictivo de lo indigesto, lo abstracto de la experimentación, con unos graves apabullantes que requerían inevitablemente la atención completa. La canción ‘Stor Eiglass’ resultó ser la única concesión a lo reconocible, con recortes del ‘Just like heaven’ de The Cure, una táctica inteligente para embaucar a los más despistados en las últimas horas de la tarde. En ese momento, había que coger carretera para acceder al recinto nocturno. Allí nos esperaba lo más gordo del Sónar. Sr.John y Txema.
Foto: Bianca de Vilar (Sónar)