El tempranero concierto de A$AP Rocky (aka Rakim Mayers) fue toda una demostración. Con diez minutos de retraso y en una atmósfera que podía fumarse sólo con olerla, el rapero norteamericano ofreció un recital sólo apto para sus devotos. Y no fue por desgana, desde luego, porque en la segunda canción sus acompañantes ya se estaban abalanzando sobre el público, haciendo apología de todo lo bueno de la vida, dando saltos sin parar y encantadísimos de ser como son, con una intención clara de partir la pana ante una audiencia mayoritariamente extranjera. La puesta en escena, las palabras aceleradas y los “motherfucker” fueron los ingredientes de su menú, sazonado con la presencia de Joe Fox, un guitarrista que Mayers conoció por azar mientras grababa su disco en Londres, y que aportó al espectáculo una necesaria dosis instrumental. El mejor momento fue la explosión de billetes de dólar entre flashes blancos, el empleo del dinero como confeti en las fiestas de la nueva escuela. Sobrevolaba también la sombra de Kanye West: su presencia en algún Sónar del futuro parece ya imperativa.
A la misma hora pero con un público que en todos los sentidos se encontraba en otro extremo, Róisín Murphy nos deleitó con su presencia, ataviada con un pañuelo a la cabeza, gafa de sol, guantes y lo más importante: un bolso del que le costó bastante tiempo desprenderse; no sabemos qué llevaría dentro. Sí sabemos que, desde las primeras canciones, la banda de músicos que reserva a Murphy su papel de intérprete es de una calidad impecable en este último cambio de registro. A pesar de tener a su público acostumbrado a giros inesperados, su último disco no ha sido acogido de forma unánime. Tampoco lo fue esta actuación: quizá una de sus mayores debilidades es no estar enfocada al baile, carecer de la inmediatez de trabajos anteriores y, sobre todo, no recurrir a éxitos del pasado a la hora de presentarse en directo; algo que, con un último trabajo tan controvertido, es capaz de defraudar incluso a sus seguidores más antiguos. Con el concierto avanzado, el espectáculo estaba concentrado en el vestuario más que en la música. La versión extendida de ‘Jealousy’, muy Chic, ocupó buena parte del último tramo de un concierto que causó una notoria división de opiniones entre la audiencia.
Había bastante curiosidad por conocer en vivo, tras la publicación de ‘Lantern‘, a Hudson Mohawke, uno de los productores que comienza a abrirse camino en esta temporada. Y a tenor de la respuesta de la convocatoria, se metió en el bolsillo a un público que se entregó a máximo rendimiento. Sus largos instrumentales, sin recurrir a lo facilón, sintetizaron beats de forma imparable, sin pasarse de frenada y dosificando la épica de temas como ‘Chimes’, que supo guardarse como regalo para la recta final. La puesta en escena, similar a una banda sobre las tablas junto a un vistoso entorno de luces siempre en monocolor, dio el toque de distinción suficiente para seguir sentando las bases de una carrera ascendente y prometedora.
Die Antwoord son un caso digno de estudio. Su actuación en esta edición fue la tercera en el festival que apostó por ellos desde el principio, justo en el momento previo de despegar de la escena underground. El impacto que provocaron los sudafricanos en sus comienzos permanece ahora intacto para nuestra sorpresa y nuestro gozo. En este caso, con la reafirmación de un estilo propio, la evolución reside en la propia radicalización de su propuesta estética y moral: una puesta en escena que diluye todos los límites del buen gusto, unas letras pasadas por el pasapuré del gamberrismo y una pareja ideal, la de ¥o-landi Vi$$er y Ninja, precursores del movimiento Zef, que parece tener las cosas claras: saben provocar e interpretan sus roles a la perfección. Las visuales resultaron una magnífica oda a la eyaculación y al grafiti de cuartos de baños de biblioteca universitaria. Dos bailarinas sanísimas presentaron su tesis doctoral sobre el twerking, mientras sobre las cabezas del público volaban algunos de los 30.000 preservativos que se repartieron en esta edición, convertidos en globos. Ni A$AP ROCKY, que apareció entre el público, por un lateral, rodeado de una camarilla digna de The Wire. Al final, la apoteosis: Ninja, a pocos milímetros del desnudo integral, navegando sobre los brazos del público, que despidió con cariño a Die Antwoord desde el festival que les vio nacer.
En las últimas ediciones de Sónar es habitual que nos encontremos con la posibilidad de ver al mismo artista varias veces, bien en otra formación o directamente repitiéndose. Ambos casos afectan a Hot Chip: por la noche ofrecieron un concierto idéntico al que dieron en la clausura del jueves, y uno de sus miembros, Joe Goddard, tuvo una tercera presencia con el desafortunado show de The 2 Bears, donde los problemas técnicos y la escasa concentración del dúo les jugó una mala pasada. En silencio y sin saber qué hacer, consideraron una buena idea coger la guitarra y cantarnos un country, justo antes de que sonara su temazo ‘Not this time’, que no fue suficiente para resolver el entuerto.
A partir de cierta hora, en Sónar Noche se entremezclan sesiones con las que bien se podrían organizar batallas de djs. La mejor sesión de la noche se la concedemos a Jamie xx, en un persistente estado de gracia modulado por su buen gusto a la hora de elegir y producir temas. Algo similar podría decirse de Maya Jane Coles, a la que acogimos de buena gana a sabiendas de que su formato de seleccionadora es más elocuente que su faceta en la autoproducción. Entre los perdedores situaríamos a Skrillex, aunque suponemos que ésta es una cuestión de gustos. Si lo que te complace es contemplar a un tipo aceleradísimo con un pelo pasado de rosca dispuesto a machacar tus oídos en una cabina con proyecciones de sí mismo, sin dejar de interrumpir la música para gritar al micro cada tontería que se le ocurre, Skrillex será tu hombre, pero no el nuestro. El remix machacón que ofreció de la trilladísima ‘Sweet Dreams’ de Eurythmics fue definitivamente revulsivo. Tampoco estuvo afortunado Daniel Avery con una música monótona, peor ambiente en la pista y tracks demasiado expandidos a unas horas en las que parece que sólo triunfa la inmediatez. Lo mejor de su sesión fueron las concesiones al disco. Lo peor, que fueron pocas. Txema, Sr. John.
Fotos: Ariel Martini (Skrillex, Die Antwoord), Bianca de Vilar (Róisín), Fernando Schlaepfer (A$AP Rocky).