La primera pregunta siempre es la más evidente. ¿Cómo llegas a esta historia?
La película tiene un punto de partida muy claro: ‘Dejarse llover’, la novela de Paula Farias de cuya existencia supe de una manera muy curiosa. Porque a Paula la conocí no como escritora, sino como miembro de la ONG Médicos sin Fronteras cuando me pidió que les hiciera unos documentales. Uno de ellos lo rodé en el norte de Uganda, en la frontera con Sudán. A ese viaje ella no pudo venir, pero sí un compañero suyo que se encargaba de nuestra seguridad. Un hombre que bien podría ser el Mambrú al que interpreta Benicio del Toro en la película y que una noche, tomando una cerveza caliente en el único bar que había en 200 kilómetros a la redonda, me contó el argumento del libro de Paula. No sé si me dejé llevar por ese contexto tan especial o qué, pero el caso es que me gustó mucho lo que estaba escuchando. Así que cuando volví a España lo leí.
Y supongo que ahí fue cuando descubriste que no había sido el dónde, sino el qué, lo que te atrajo de la historia…
Eso y que Paula como escritora tiene un sentido del humor y del absurdo que te engancha. Del libro saqué el arranque de la película con ese grupo de cooperantes que descubre que hacer algo tan sencillo como sacar un cadáver de un pozo se convierte en algo totalmente imposible por culpa del contexto bélico. A partir de ahí, y para adaptar la historia al formato película, me tocó traicionar la novela: meter nuevos personajes, quitar otros… Me serví mucho de mi propia memoria emocional durante el proceso. He acompañando a cooperantes a muchos lugares de conflicto y el primero fue precisamente a Bosnia en 1995.
«En una guerra la primera víctima siempre es el sentido común y la razón. Eso es lo que me interesaba contar»
¿Por eso escogiste esa guerra para situar la acción de la película? ¿O porque es un conflicto suficientemente cercano como para que nadie lo haya olvidado pero, a la vez, suficientemente lejano para que nadie se ofenda cuando aparece el humor?
En ese sentido habría sido más seguro haber elegido una guerra mucho más lejana en algún país africano. O una más abstracta. Pero no, elegí los Balcanes porque había estado allí y, como te decía, esa experiencia me iba a servir de ayuda durante todo el proceso. Además la novela está ambientada en la guerra de Kosovo, que es otra guerra balcánica pero en el fondo no muy diferente de la de Bosnia. En cualquier caso tampoco importa mucho porque si hay un enemigo identificable en la película no es ninguna nacionalidad concreta, sino la irracionalidad del ser humano en situaciones así. En una guerra la primera víctima siempre es el sentido común y la razón. Eso es lo que me interesaba contar.
Has dicho que la película para ti no tiene ningún género. Que su único género es la vida. Pero lo cierto es que yo sí he visto varios, y además, bastante equilibrados. ¿Cómo has trabajado para conseguir que la película no se te fuera hacia ningún extremo teniendo entre manos una historia que invita precisamente a eso, al extremismo?
El equilibrio no cuesta mantenerlo cuando tienes muy bien decidido el tono, que en una película es tan importante como todo lo demás. Es curioso que cuando te enseñan a escribir un guión te dicen dónde van los diálogos y dónde la acción, pero nunca dónde buscar el tono. En cualquier caso es algo que vas modulando a lo largo del proceso. Lo tienes que tener primero en tu cabeza cuando escribes, pero también lo tienes que encontrar con los actores durante el rodaje y lo terminas de perfilar en el montaje.
«En la vida real cosas como el humor, el romance o el drama están muy pegados. Eso es algo que me gusta ver cuando soy espectador y que siempre intento que aparezca como tal en las historias que cuento»
Pero estarás de acuerdo en que ‘Un día perfecto’, digas lo que digas, sí tiene género…
Cuando yo digo que mis películas no tienen género, que su género es la vida, me refiero a que en la vida real cosas como el humor, el romance o el drama están muy pegados. Eso es algo que me gusta ver cuando soy espectador y que siempre intento que aparezca como tal en las historias que cuento. Aunque dándote un poco de razón debo decirte que sí, que en este caso la vida de la película transcurre en la guerra y por eso el drama es mucho más drama y el humor, para no desentonar, tiene que ser más alto y salvaje de lo normal.
Por eso te preguntaba antes si no te preocupaba que alguien se pudiera sentir ofendido por introducir ese humor tan bestia en una historia tan delicada como esta…
No, pero porque el humor tenía que estar sí o sí en la película. De hecho está en todas las películas que he rodado. Incluso en ‘Los lunes al sol’, que contaba el drama del desempleo, había momentos que te arrancaban una carcajada. Es algo habitual en mi cine. Además se da la casualidad que en el pasado Festival de Cannes, cuando presentamos la película, estuve hablando con Fedja Stukan, el actor que da vida a Damir. Él, que vivió esa guerra en edad militar y por lo tanto participó en ella, me confesó que tanto él como los extras estaban muy agradecidos de que contáramos esta historia así, sin ser conmiserativos con los serbios. Primero porque su pueblo es un pueblo tan fuerte como orgulloso. Pero sobre todo porque, tal y como él me explicaba, aquellos fueron los días más duros, pero también los días en los que vivieron la vida más intensamente. Disfrutaban todo de manera extrema porque sabían que al día siguiente podían estar muertos.
¿No te da rabia que el público anglosajón no pille la broma de llamar Mambrú al protagonista de la película?
Es curioso, yo pensé lo mismo. Pero cuando Benicio del Toro leyó el guión lo entendió perfectamente porque, al parecer, en Puerto Rico también conocen la canción. Y eso que en realidad es una canción francesa compuesta hace varios siglos que se mofaba del Duque de Marlborough. De ahí viene Mambrú, de la españolización de ese apellido. Es un apodo que le viene muy bien a un personaje que se pasa la vida de guerra en guerra.
«Jamás se me pasó por la cabeza rodar la típica película reflexiva sobre la guerra usando planos a cámara lenta mientras suena música triste»
Ya que hablamos de música, y de nuevo tomando tus palabras, dices que ‘Un día perfecto’, de ser una canción, sería un tema punk rock. ¿A qué te refieres exactamente?
A esa energía extrema de la que estábamos hablando antes. Jamás se me pasó por la cabeza rodar la típica película reflexiva sobre la guerra usando planos a cámara lenta mientras suena música triste. Sobre todo porque tampoco es necesario enfatizar el drama teniendo de protagonistas a trabajadores humanitarios que ya tienen la empatía con las víctimas por defecto. Son gente muy especial. Gente que, como coches en una carretera llena de barro, no puede pararse a pensar en lo que hacen porque se quedarían parados. Son gente de acción, gente que se pasa el día tomando decisiones. Así es como les percibo y eso es lo que quería transmitir con la música que suena en la película.
Hablamos de canciones de Lou Reed, Marilyn Manson, Ramones, la Velvet… ¿Escribías el guión con esos temas en la cabeza o la selección tuvo lugar después?
Un poco de todo. Hay muchas canciones, como la de Gogol Bordello, que estaban ahí desde el principio porque me servían para definir al personaje de B, que interpreta Tim Robbins. De hecho toda la música está muy centrada en ese personaje, ya que lo que escucha el espectador es lo que él escucha en su coche. Luego hay otras canciones, como ‘There Is No Time’ de Lou Reed, que suena en los créditos finales porque la letra me parece la mejor sinopsis del tono de la película.
¿Cuesta hacerse con los derechos de gente tan grande?
Es complicadísimo. Y ha habido que hacer varias renuncias, como te puedes imaginar.
¿Esta música que escuchas para crear es el mismo tipo de música que utilizas para recrearte?
Creo que si alguien se acercara a mi colección de discos pensaría que es la colección de alguien que sufre esquizofrenia, porque lo cierto es que escucho de todo y muy diferente. Va por momentos de mi vida. Por ejemplo, recientemente me ha sorprendido mucho un grupo americano llamado Listener, que es algo así como un rapero que más que cantar recita. Pero a la vez estoy fascinado con Sílvia Pérez Cruz, que me parece una maravilla de intérprete. La descubrí en un concierto en Barcelona en el que salió por sorpresa de invitada y me dejó hipnotizado hasta el punto de que me he comprado todos sus discos e intento ir a todos sus directos. Creo que si te quedas encajado en un solo estilo te estás perdiendo cosas maravillosas.
El año que viene se cumplen 20 años de tu debut como director con ‘Familia’. Lo curioso es que esta es solo tu sexta película de ficción. ¿Por qué te prodigas tan poco?
Es verdad que no son muchas… Supongo que tiene que ver mucho con la manera en la que he aprendido a hacer cine, y en eso tiene que ver mucho la escuela de Elías Querejeta, que fue el productor de mis primeras películas. Trabajar con él era como trabajar con un artesano. Te obligaba a prestar mucha atención a todos los detalles, a mimar mucho las historias. También tiene culpa lo de ser director y guionista, que inevitablemente alarga los procesos. Desde que empiezo a escribir el guión hasta que estreno, pasan de media tres años de trabajo. Ojalá pudiera seguir un ritmo más alto porque tengo muchas historias guardadas en el cajón que quiero filmar.
«El problema es que estas dos almas (escritor y director), en mi opinión, están muy reñidas, y por regla general quien es bueno en una cosa no suele serlo en la otra»
¿Qué proceso disfrutas más? Imagino que la promoción debe ser el más coñazo de todos…
No sé, escribir y dirigir son tareas tan distintas… Yo antes de dirigir trabajé muchos años como guionista, y creo que eso se acaba notando. El alma del escritor es muy tranquila, porque es el alma de alguien que trabaja meses en soledad, mientras que la del director tiene que ser más activa, más resolutiva y apasionada porque tienes que comunicarte con un equipo, tomar decisiones, transmitirles tu entusiasmo por el proceso. El problema es que estas dos almas, en mi opinión, están muy reñidas, y por regla general quien es bueno en una cosa no suele serlo en la otra. Digamos que tienes talento natural para una faceta y la otra te la tienes que inventar.
Pues la habéis inventado muy bien, porque esa generación de directores-escritores a la que perteneces que debutó en los 90, esa en la que también podría meterse a gente como Medem, Bajo Ulloa o Amenábar, fuisteis durante mucho tiempo los encargados de salvar la taquilla española. Hoy son otras películas menos de autor, filmes como ‘Ocho apellidos vascos’, los que tienen más tirón entre el público. ¿Qué te parece este cambio?
Es verdad que ha cambiado mucho la manera en la que se hace cine en España, pero porque hoy la industria se entiende más al modo americano, es decir, que es el productor el que tiene la iniciativa, el que encarga un proyecto y contrata al mejor equipo para llevarlo a cabo. Antes, con productores como Elías, eso sería imposible. Por ejemplo, yo no le proponía ninguna película hasta que no tenía muy claro qué quería hacer. Tenías que trabajártelo mucho y eso te obligaba a tener una idea de conjunto muy clara y a hacer un cine más personal. Pero esto no significa que lo de ahora no sea bueno. De hecho, creo que gracias a esta manera de hacer cine es por lo que ahora tocamos más géneros.
Ya que hablamos de géneros, tus primeras películas, especialmente ‘Los lunes al sol’ y ‘Barrio’, eran películas muy sociales que te permitieron ganar muchos premios pero también te hicieron cargar con la etiqueta de director «perroflauta». No sé si era porque la España de aquel entonces, cuando nos creíamos ricos, no quería ver esa realidad. ¿Crees que de estrenarse en el contexto de hoy esas películas se entenderían de manera diferente?
Los desahucios y el desempleo existían antes de la llegada de la crisis. Lo único que ha cambiado es que los periódicos por fin hablan todos los días en sus portadas de ello. Y aunque no fuera así, ‘Los lunes al sol’ no hablaba del paro en la España del 2001 ni en la España del 2015, sino que buscaba la raíz de ese problema para que la película tenga el mismo sentido si la ves ahora que cuando la viste hace diez años o cuando la veas dentro de veinte. Si algo he tenido claro desde que empecé a rodar películas es que tus historias tienen que sobrevivirte y trascenderte, que no puedes hablar solo a tus coetáneos, sino a los que vendrán después. Y eso te obliga a contar las cosas desde un sitio en el que no envejezcan. Eso es lo peor que le puede pasar a una película, envejecer.
En cualquier caso, ahora que la política está en boca de todos, ¿crees que el público más crítico con tu obra ahora podría entenderla de una manera diferente?
Puede que sí, que ahora no se me acusara de ser tan político porque precisamente son esos partidos políticos que favorecieron el desempleo y el desahucio los que no se los quitan de la boca. Hace unos años decían que si alguien era desahuciado era su culpa. Por fortuna ahora ninguno es capaz de soltar semejante barbaridad. Eso sí ha cambiado.
Te confieso que cuando leí por primera vez que estabas rodando un documental sobre Podemos pensé que era una inocentada…
¿Inocentada por qué?
Fernando León de Aranoa rodando un documental sobre Pablo Iglesias. ¡No me digas que no suena a broma!
Pues es así, aunque es muy pronto para hablar de él porque todavía estamos rodando. Empezamos cuando todavía no eran un partido político y la idea es llegar hasta las elecciones generales y ver qué pasa.
Hace unos meses un grupo de intelectuales de la cultura firmaron un manifiesto pidiendo que todas las fuerzas de izquierda se presentaran juntas en una candidatura popular. ¿Tú no firmaste porque no estás de acuerdo con esto o porque prefieres mantenerte en el papel de observador?
Supe de esa iniciativa cuando la vi publicada, pero si me hubiesen hablado de ella antes no habría firmando. Como bien dices, yo ahora mismo soy el narrador de una historia y no quiero formar parte de ese relato. Estaría feo. Pero si te puedo adelantar que lo que se está contando en este documental tiene mucho que ver con eso que mencionas…