La gira de ‘Carrie & Lowell‘ es menos espectacular que la de ‘The Age of ADZ‘. Pero su presentación en Barcelona también fue, probablemente, el mejor concierto de este año. Y del año pasado. Y del que viene. Así, hasta la próxima gira de Sufjan Stevens. Las dos horas que nos regaló en el Auditori fueron tan apoteósicas, mágicas y conmovedoras que casi podría acabar la crítica aquí, diciendo que Sufjan es lo más grande.
Pero empecemos por los detalles feos del concierto, que los hubo. La actuación era con asientos sin numerar, lo que generó nervios y colas (a las seis de la tarde la multitud que se apiñaba en las puertas era importante). Pero lo feo realmente fue encontrarse con que un amplio contingente de butacas de la parte central frente al escenario, las más golosas, estaban reservadas a «invitados» y al público general no se le permitió el acceso a ellas; así que por mucho que corrieras, no podías conseguir la primera fila. Tras unos minutos de dudas, se abrieron las dos primeras hileras de asientos a los fans (ahí es donde acabé), pero resultó bastante insultante tener detrás un montón de asientos vacíos que se llenaron solo (y de aquella manera) como treinta segundos antes de que empezara Sufjan. En fin.
En el terreno ya musical, Austra, de teloneros, fueron anecdóticos. 25 minutitos en los que destacó la increíble voz de Katie Stelmanis. La banda fue efectiva y orgánica, pero se echó de menos la épica: ‘Lose It’ sonó menos tremenda que en la versión original. También es cierto que andábamos a otras cosas.
Como señalaba antes, es probable que el concierto de Sufjan sea lo mejor que he visto y veré estos años. Su banda, exigua: cuatro miembros multiinstrumentistas, versátiles y talentosos, como él. Los resultados, estratosféricos. Porque si las luces y las proyecciones, efectivas, trabajadísimas, nos subyugaron, los arreglos de las canciones resultaron otro monumental acierto en un set cuya primera parte se dedicó prácticamente a desgranar todo ‘Carrie & Lowell’. Podría haber ejecutado unas versiones parecidas a las del disco: acústicas, mínimas… y triunfaría igual. Pero no; él siempre va más allá. Sufjan redimensiona el disco, lo rediseña y redefine sus once temas, gracias a un tratamiento ora electrónico, ora casi progresivo, apoteósico o barroco, sin perder la emoción, la contención y el fervor casi religioso con que las canta. Desde ‘Death With Dignity’, con sus vídeos familiares (una constante en los temas más biográficos), un ‘Should Have Known Better’ con final electrónico y hermosísimas proyecciones de la playa, ‘Drawn To The Blood’, con esas luces rojas y ese broche progresivo… ¿Momentos álgidos? Dependerá de cada uno, de sus canciones favoritas del álbum, pero casi que podría contestar que todos. Personalmente, si tengo que hacer el esfuerzo de escoger, me quedo con los falsetes y susurros rompecorazones de ‘John My Beloved’, la muy sensual ‘All Of Me Wants All of You’, en la que un suave arranque de dance de dormitorio acaba en una apoteosis casi (casi, ¿eh?) heavy. O lo más acojonante de una noche repleta de momentos acojonantes, una ‘Fourth of July’ a la que en principio parece despojar de la gravedad y la congoja que la caracteriza en el disco, merced a unos arreglos entre trip-hop y dream-pop, pero que finaliza en un arrebato extático, con las luces bañando y señalando al público mientras Sufjan aporrea el piano y aúlla ese «We’re all gonna die». Y sientes que, efectivamente, te vas a morir y que no te importaría hacerlo en un concierto de Sufjan. O por lo menos, una vez acabado, porque en el final de la primera parte del set, después de tocar diez canciones seguidas de ‘Carrie and Lowell’, cayeron una preciosísima ‘The Owl And The Tanager’ y dos de las joyas mayores de ‘The Age of ADZ’: ‘Vesuvius’ -con un colofón alucinante, en el que tras meter todo el ruido del mundo, de repente Sufjan se saca la flauta, como si del dios Pan se tratara, y la concluye de forma pastoral- y ‘I Want To Be Well’, atemperada pero sentidísima. ‘Blue Bucket of Gold’ cerró con un final de diez minutos, que casi parecía una versión instrumental de ‘Impossible Soul’. Preciosísimo, pero lo alargó tanto que casi le pedimos la hora. El único punto menos álgido.
La banda se fue, pero nos quedamos aplaudiendo, sin parar, hasta que llegaron los bises. Y ay, qué bises. Después de haber vestido sobriamente de negro durante toda la actuación, Sufjan apareció con una de sus típicas y chillonas gorras, marcando el cambio de rumbo. ‘Concerning The UFO’, él solo al piano, resultó un tanto errática, aunque tengo la impresión de que hace estas cosas para que veamos que es humano y también se equivoca. Cayeron unas ‘Heirloom’ y ‘For The Widows In Paradise’ muy canónicas, una tremebunda ‘John Wayne Gacy Jr.’ con preciosa coda final y ‘Casimir Pulaski Day’, maravillosa, al borde de las lágrimas. Sufjan nos dio las gracias por venir, nos explicó lo emotivo que le resultaba cantar cada noche esas canciones, pero que gracias a cantárnoslas a nosotros sabía que el esfuerzo había merecido la pena. Y cerró con ‘Chicago’, por supuesto. Aplaudimos hasta que casi se nos cayeron las manos. No nos queríamos ir, no queríamos que se marchara. El más grande, otra vez. 9.