En ‘Sangre cita’ Dënver han decidido explotar su vena más hortera para crear un disco desprejuiciado y adictivo, repleto de sonoridades italo-disco, house, eurodance y j-pop, abandonando el «indie» y adentrándose, incluso, en territorios propios de bandas de techno-pop español de los ochenta (de Mecano a Olé-Olé). Pero el cambio opera solo en la superficie; sus canciones siguen hablando de lo mismo: desazón adolescente, romanticismo disfuncional y sexo. Muchísimo sexo. Como si los protagonistas de ‘Los adolescentes’ hubieran crecido y ya tuvieran edad para salir de noche, pero continuaran con las mismas incertidumbres sobre sus sentimientos e impulsos. Y todo regado con ese particular sentido del humor suyo, tan malévolo.
El inicio despista un poco, por eso. El r&b de ‘Noche profunda’ engancha por su tenuidad sexy, construida sobre colchones de sintetizadores y una Mariana aletargada e incitante. Pero enseguida se dispara como un misil, con dos hitazos como son ‘El fondo del barro’ y ‘Mai lov‘. El primero, un himno dance autocompasivo, cantado por un Milton rabioso: «Yo no sé lo que es ser amado / Recuerdo esas fiestas del barrio / Diez mil veces fui rechazado». El segundo, plástico technicolor con la voz de Mariana apitufada. El ritmo se calma con ‘Bola disco’ (cuya línea melódica recuerda una barbaridad a ‘Imagine’), la más próxima a ‘Diane Keaton’, que celebra el ideal de la muerte como culminación del amor. Pero lo que aparece aquí más explícita que nunca es la pulsión sexual, explotando al máximo la sensualidad de la voz de Mariana: ‘La última canción’ es un calenturiento baladón techno-pop -muy a lo ‘Take My Breath Away’-, en que se narra la iniciación sexual de una muchacha de la mano de un hombre mayor: «Me pides que me desvista / Por primera vez en la vida / Me ves toda jovencita / Y me invitas a que siga». Para rematar, la sensual y minimalista ‘Pequeños momentos de satisfacción’, donde Mariana ronronea sobre un leve piano: «Después de masturbarme / me da por llorar».
Dos temas más allá, explota la mejor canción del álbum, ‘Yo para ti no soy nadie’. Una ñoñería aparentemente optimista y naïve, en que Mariana canta vivaracha lo mucho que adora a su chico y estalla en pedazos cuando Milton irrumpe cambiando el sentido de la canción con un estribillo demoledor, en fondo y forma: «Por más que me acerque, has construido un abismo (…) / Yo para ti no soy nadie». Una oda a la frustración y a la imposibilidad de alcanzar al ser amado y uno de las temas del año, junto con ‘Los vampiros‘, el rompepistas definitivo, inmenso en su ambigüedad y la reivindicación de la discoteca como paraíso soñado. Y es que los puntos álgidos de ‘Sangre Cita’ son tan, pero tan enormes, que lo demás casi palidece. Pero quitando alguna nadería como ‘El infierno’, el resto mantiene un gran nivel. No solo las baladas morbosas, también los recuerdos a Alaska y Dinarama (en la final ‘Sangrecita’) y a ¡Miguel Bosé! en ‘La Lava’; no solo la voz de Milton mimetiza a la de Miguel, sino que incluso la producción suena a sus temas de la era 1986-1988.
Con ‘Sangre cita’, Dënver confirman que, como los grandes del pop electrónico, son capaces de enviar mensajes de enorme calado emotivo y sensorial envueltos en canciones aparentemente banales. No llega por poco a la altura mítica de ‘Música, Gramática, Gimnasia’, pero contiene una colección de éxitos casi del mismo calibre.
Calificación: 7,6/10
Lo mejor: ‘El fondo del barro’, ‘Mai lov’, ‘Yo para ti no soy nadie’, ‘Los vampiros’.
Te gustará si te gusta: el último de Javiera Mena, el techno-pop español de los ochenta, el petardeo bien entendido
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