No se trata de tomar al espectador por un tonto incapaz de sacar conclusiones por sí mismo. Ni mucho menos. Con este diálogo, el mexicano simplemente te avisa desde el principio de que si lo que esperabas era pasar mucho miedo probablemente hayas entrado en la sala equivocada. Porque algún susto cae, por supuesto. Pero más allá de atmósferas cargadas y sombras que se acercan por la espalda, la suya no deja de ser otra película de amor gótico al más puro estilo Mary Shelley. Un cuento sin demasiados recovecos en el que, salvando las distancias con sus referentes literarios más inmediatos, el monstruo solo es la excusa para enseñarnos algo demasiado humano. El Del Toro de siempre, vamos.
Claro que si su universo ha regresado para lo bueno, también lo hace para lo malo. O diciéndolo de otro modo: a pesar de las buenas intenciones el director deja que la historia se desinfle poco a poco hasta casi quedar en nada. Como si para él lo más importante fuera lo que vemos, y no lo que cuenta. Lo curioso es que, a diferencia de lo que ocurre con Tim Burton, no te cabreas. Lo que ves en pantalla es tan impresionante (hablamos de la película más bella, cuidada y estudiada de toda su filmografía), que incluso perdonas lo desaprovechados que están esos actores que habrían podido ofrecer mucho más si esa mansión, la verdadera protagonista, les hubiera dejado espacio para moverse con libertad.
Pero insisto: no importa. Por una vez, y sin que sirva de precedente, brindemos porque en ‘La cumbre escarlata’ la estética destaque sobre todo lo demás. Por eso y porque Del Toro se haya dejado de robots gigantes para volver a lo que mejor sabe hacer, como ya demostró con ‘El espinazo del diablo‘ y con ‘El laberinto del fauno’, títulos que, por cierto, autorreferencia en varios momentos. Lo dicho, puro Guillermo: imperfecto pero siempre te deja contento. 6,9.