Por eso, cuando esta Nochevieja veamos las primeras actuaciones de las típicas galas casposas con las que nos torturan tras las campanadas, estaremos más atentos a los extras que aplauden en modo automático que a los artistas que pisan el escenario. Porque allí es donde está el verdadero espectáculo. Lo intuíamos, claro, pero ha sido Álex con ‘Mi gran noche’ el que nos abre los ojos a ese microcosmos costumbrista que haría las delicias del maestro Berlanga, cuya larga sombra planea durante todo el metraje sin hacer nunca acto de presencia.
Y es que por muy buena que sea una idea hay que saber desarrollarla. Y es aquí donde De la Iglesia vuelve a fallar entregándonos un producto que se antoja precipitado y poco cocinado. Que sí, que los personajes, los gags y los homenajes inspirados en el cutrerío televisivo patrio funcionan de manera individual. Pero es imposible salir de la sala sin la sensación de que aquello podría haber dado mucho más de sí.
Igual la culpa es nuestra porque siempre tenemos las expectativas muy altas cuando se trata de este director. O suya, por plantear argumentos capaces de excitar nuestra creatividad hasta el punto de que sus filmes siempre quedan mejor en nuestra cabeza que en pantalla (‘Muertos de risa’ o ‘Balada triste de trompeta‘ son un buen ejemplo). Lo que nadie esperaba desde luego es que Raphael iba a funcionar tan bien en su autoparodia de tintes «darthverianos». Con que seas un poco Raphaelista ya habrás amortizado la entrada. Aunque Carmen Machi y Carlos Areces le pisan los talones, digan lo que digan, él es la gran y brutal sorpresa de la película.
Más allá de esto, ‘Mi gran noche’ es como esas vacaciones que llevas planificando durante meses: pase lo que pase, la realidad siempre se queda corta respecto a lo que habías imaginado que vivirías. ¿Las disfrutaste? Sí. ¿Te reíste? Bastante. ¿Repetirías? Por supuesto. ¿Podrían haber estado mejor? Desde luego. 5,5.