¿Una autobiografía de un periodista a quien apenas conocemos? No exactamente. ‘El bar de las grandes esperanzas’ es, primero y ante todo, una novela. Por su estilo, por su estructura, por la manera en que están descritos los personajes… Y luego, dado que lo que cuenta es la vida del autor, sus momentos transformadores, es un libro de memorias. Pero da igual conocer a Moehringer o no. Esto es una novela de iniciación no una autobiografía de una celebridad; la historia de un niño, fan de Sinatra, que creció sin padre en la desvencijada casa de su abuelo junto a doce familiares más y acabó estudiando en Yale, trabajando en el Times y educándose -“haciéndose un hombre”- en el bar donde trabajaba su tío.
Con un estilo tan fluido como una crónica periodística, Moehringer narra su infancia y juventud con una asombrosa capacidad para hilar tramas, construir metáforas y deslizar reflexiones. La mayoría de ellas tienen que ver el proceso de crecimiento, con la búsqueda de referentes masculinos, de modelos de comportamiento. Y ahí es donde entra el bar. “Mucho antes de servirme copas, el bar me sirvió de salvación”, dice el protagonista. Gran parte de la novela se desarrolla en el Dickens, una especie de ‘Cheers’ donde “íbamos, sobre todo, cuando queríamos que nos encontraran”. El autor demuestra tener un oído privilegiado para la conversación de bar, para hacer sentir al lector como si fuera un niño que escucha a los mayores sentado en una esquina mientras encuentra su propia voz.
Cuando el protagonista crece, cuando todas esas tramas y personajes dickensianos se van transformando en fitzgeraldianos (la novela está ambientada en Manhasset, el escenario de ‘El gran Gatsby’), la historia pierde algo de encanto y atractivo. Los problemas amorosos del adolescente no son tan interesantes como los familiares o los laborales (la narración de su experiencia como becario en el New York Times es fabulosa). Aun así, no es de extrañar que esta novela se haya convertido uno de los éxitos del otoño. Leerla es como escuchar ‘It Was A Very Good Year’, de Sinatra. Evocadora y conmovedora. 7,9.