Mucho se va a decir estos días sobre el legado del legendario músico, así que vamos a intentar ir a lo esencial. Tras unos comienzos pasando por distintas formaciones, el primer proyecto de renombre para Lemmy tuvo lugar en la primera mitad de los setenta formando parte de la banda de space rock Hawkwind, con la que facturó los mejores trabajos de su carrera, destacando conocidos singles como ‘Silver Machine’ y álbumes como ‘Space Ritual’. Fue expulsado en 1975, lo que llevó a Kilmister a dejar la psicodelia a un lado y abrazar el rock and roll con todas sus fuerzas al formar Motörhead. Con una agresividad y una velocidad que los acercaba tanto a los fans del metal como a los del punk, la mítica banda vivió sus años de mayor gloria entre finales de los setenta y principios de los ochenta, con álbumes como ‘Overkill’, ‘Bomber’ o ‘Ace Of Spades’, que dio también título a su tema más célebre. Hacia la segunda mitad de los ochenta, la banda había vivido sus años de mayor inspiración y desde entonces hasta nuestros días han mantenido un buen estatus, sacando discos continuistas que, si no traían muchas sorpresas bajo el brazo, al menos mantenían una mínima solidez (con AC/DC sucede lo mismo).
La influencia de Lemmy en la música es innegable, con bandas como Metallica citando a Motörhead como uno de sus principales referentes, pero Lemmy ha logrado trascender su propia música y su figura y temerario estilo de vida han dado lugar a varios documentales, destacando ‘Lemmy: 49% Motherfucker, 51% Son of a Bitch’, de 2010, en el que participan amigos como Ozzy o Alice Cooper y fans como Dave Grohl, quien también le escribió un tema para su proyecto Probot y le incluyó en el videoclip de ‘White Limo’, de sus Foo Fighters. Le creíamos imbatible, incombustible, eterno, así que con su marcha nos sentimos un poco más mortales. Abracemos su música, que es lo que siempre permanecerá entre nosotros y es lo que, al fin y al cabo, nos da la vida en nuestro día a día.