Que la gigantesca sombra de ‘La gran belleza‘ (2013) iba a cubrir de principio a fin todos los planos de ‘La juventud’ lo sabía Paolo Sorrentino desde antes de ganar el Oscar. Por eso quizá sorprende que haya hecho una película de temática tan parecida. De nuevo, una reflexión sobre el paso del tiempo como hilo argumental. De nuevo, Fellini como gran referente estético y temático (si antes fue ‘La dolce vita’ ahora es ‘Ocho y medio’). Y, de nuevo, un protagonista (o dos) que parece Jep Gambardella con veinte años más y treinta kilos menos de cinismo. En ese sentido, como continuación de las inquietudes estéticas y filosóficas de ‘La gran belleza’, ‘La juventud’ fracasa estrepitosamente. Carece casi por completo de su capacidad de seducción, su arrebatador lirismo y su arrollador impacto visual y musical.
Por el contrario, en lo que sí se parecen las dos películas es en la carga emocional que atesoran y en el buen hacer de sus intérpretes. La descripción de la relación entre los dos viejos amigos, interpretados con enorme convicción y magnetismo por Michael Caine (ignorado en los Oscar, y eso que es blanco) y Harvey Keitel, es lo que proporciona a la ‘La juventud’ toda su emoción, ya sea esta cómica o melancólica. Las secuencias que comparten en el interior del balneario o paseando por la «montaña mágica» son tan vibrantes y brillantes como sus pupilas cuando ven a Miss Mundo entrando desnuda en la piscina. De esta manera, «la gran belleza» de su amistad compensa, en parte, la gran decepción del resto de la película. 6,9.